La onda expansiva, por Raúl Rentero
¡Pardiez, qué temeridad!, me alerta mi consciente ego. Y lo es. Iniciar esta onda expansiva malaguista la misma semana del Clásico apocalíptico es, cuanto menos, irresponsable. Seguramente, porque según afirman las profecías bíblicas, el lunes que viene, ya conocido como 29-N (moda ridícula de vestir de frac una fecha cualquiera), llega el fin del mundo anunciado. Y ante semejante tesitura, ¿acaso importan otros juicios?
En todo caso nunca está de más un sonoro intento aunque la metralla, con suerte, apenas alcance la sima de Despeñaperros. Sirva esta historia secundaria para relajar espíritus inquietos, sobre todo el de aquellos lectores irredentos a los que no les interesa saber qué marca de gayumbos ergonómicos va a usar CR7 en el Camp Nou. Para todos esos marginados sufridores vaya una ronda de vodka con pesar, pues hubiera querido inaugurar esta sección con una oda a la ingeniería futbolística del orbe boquerón. Pero no quiso el destino servirme tamaña complacencia en bandeja de plata, a saber, un centollo coruñés al que amorrar mi tecla sibilina.
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Y en todo caso, insisto, vaya desde aquí mi anotación positiva (cual gomet de la Supernanny) al suceso de Riazor y que no es otra cosa, dentro de la fatalidad, que confirmar que la derrota ante el Deportivo, con sus componentes y sus componiendos, estaba dentro de la hoja de ruta de este Málaga trastabillado. Y aún a costa de que se me acuse de sadismo, habré de decir que el plan trazado por la ingeniería chilena, estoy seguro, incluía hasta los pormenores del fatídico desenlace: defensa de chicle, mini-penalty en contra, mini-penalty a favor engullido por el árbitro y, para terminar, una buena caldereta de sopa horizontal, eso que llaman toque y retoque de entrenamiento sin porterías y sin profundidad.
Si alguien pensaba que un equipo de Lotina iba a sucumbir al taca-tiqui, andaba algo perdido. Porque el Depor, y tiene guasa, ganó al Málaga de la única manera que el Málaga sabía que podía perder: a balón parado (expresión desafortunada también), dos goles al pucherito y espera de apeadero. Lotina en su más pura esencia.
Y hoy en día, vistas las hechuras de la Liga, remontar un 2-0 ante ocho defensas, sólo lo puede hacer el Barça con Messi disparado a bocajarro. Se supone que el método Pellegrini, el del balón mimado, debiera servir para desembozar partidos como éste. Y ahí radica el problema. Demasiada presunción desde un principio.
Y es que mucho me temo que el perfil Pellegrini no es apto para entremeses. Quiero decir, ya con la carrera lanzada tras el safety car, ya puestos en problemas, seguramente hubiera sido más idóneo buscar un perfil Lotina, de gol, barrera y tentetieso, que un corte tipo Lillo (que las musas lo tengan en su gloria). Y eso que Lillo, sacado de la recámara, sirvió al Almería para el roto del año pasado. Pero no es lo mismo. El método del ingeniero, como todos aquellos cuyo principal activo es el toque del balón, requiere una adaptación previa (lo que viene a ser una pretemporada, dicho en plata en ley) y no sería bueno cogerle la onda al chileno cuando ya nos hayan doblado varios corredores.
En todo caso, insisto por última vez, la derrota de Riazor entraba dentro de la hoja de ruta del equipo, incluidos los pormenores y los pormayores. Al fin y al cabo, ya lo dijo alguien, “ésta no es nuestra liga”. La nuestra supongo es la del año que viene; el único inconveniente es que hay que llegar a ella, que no parece fácil. Por eso es bueno conocer de antemano la hoja de ruta, con sus vaivenes, con sus golitos tontos recibidos con asistencia del portero rival, con sus penalties de zarzamora (llora que llora por los rincones). Yo tengo un plan, lo he visto, lo he imaginado seguramente atizado por el deseo: he visto una liga donde el dinero no lo puede todo, he vislumbrado un Málaga en la zona tranquila, pasándose los lunes al sol, a la espera del entremés de Copa, punto erógeno donde los haya.
Porque sí, ése es, en definitiva, el gomet verde que pego en la cartulina. Una copita de aguardiente: primero, Sevilla; después, Valencia o Villarreal. Después, en semifinales, el Madrid. ¿Y para qué se ha fichado a Pellegrini si no es para darle en los morros a su ex-equipo? En Madrid se la huelen. Saben que está en su hoja de ruta.
Y en la nuestra.