Revista Literatura

La huella de mi última pisada

Publicado el 25 octubre 2015 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

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Mike Barr Artist

Octubre lluvioso. La primavera tardía y escondida detrás de los médanos del sur, hoy puebla otros territorios desconocidos. Los colores del mar se funden con los del cielo, inventando nuevos tonos que fluctúan entre miles de violetas y grisáceos. Apoyo los pies desnudos sobre la arena firme y prensada por la lluvia, sintiendo la humedad penetrar por mis raíces y llegando hasta mis huesos.

La casa llena de ocres y penumbras yace silenciosa y majestuosa, anclada desde siempre en una suerte de colina, donde algunas especies herbáceas abrigan el suelo creando una especie de alfombra mullida y despareja.

Enciendo un farol y lo coloco en la ventana que da al norte. Las maderas del piso chillan al compás del arrullo sinfónico del océano mar.

Por la puerta entreabierta entran bandadas de aladas utopías,  que vienen a despertar tiernos hechizos dormidos. Dejo que me asalten y desnuden.

Podría ser que entraras justo ahora, y que me vieras acurrucada en el sillón,  medio somnolienta y con el pelo revuelto, la carne tibia dispuesta a los juegos del amor.

Podría ser que aún sea demasiado pronto. Faltan caer un par de estrellas fugaces y que mueran en la línea del horizonte que delimita este universo vacío del otro donde estás vos.

El sol se adivina detrás de una cortina de nubes, listo para atardecer, mientras yo sacudo sobre la cama, blancas sábanas de algodón y sobre éstas una manta en telar con todos los colores que creaste para mí otras tardes lejanas en otras playas.

Enciendo un fuego y mezclo alimentos y especias. Exóticos sabores dispuestos a morir en cualquier boca que sepa de amores infalibles. Preparo brebajes y enciendo esencias. Invito al calor a quedarse.

Cruje el atardecer, y cruje mi alma al saberte de vuelta luego de tantos veranos inacabados, varios otoños desérticos cobijándonos detrás de historias pintadas en hojas amarillentas con tapas duras y tiernos sueños abrigando extensas noches despobladas de invierno.

El tiempo se detiene, se disuelve en millones de átomos. Aliso mi vestido y humecto suaves fragancias sobre mis piernas y cuello. Le doy alas a mi pelo y enciendo las mejillas, no sin antes revisar que aún tengo el brillo de tus ojos empañando los míos.

Pongo una melodía conocida y la tarareo,  mientras que con los hombros cubiertos camino hacia la playa. Dejo que el viento me penetre, convirtiendo mi piel en puntos turgentes, y de cara al mar sé que ya estás cerca. No tengo más plegarias.

Volvés a la casa y me buscás ansioso y alegre por la estancia, aspirando los olores que he dejado como huellas de mi sutil presencia. Recogés el hilo dorado de las décadas, hoy tan insignificantes y disueltas, hasta llegar a la huella de mi última pisada.

El silencio es tan absoluto, la quietud tan contundente. Sólo escuchamos nuestros espíritus, que asombrados y conmovidos por tanta magia contenida, explotan furiosos materializando el primer beso de esta nueva era.


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