Revista Diario

La huevonería

Publicado el 27 junio 2012 por Rizosa

La huevonería

Huevón

Yo tengo amigos huevones. Figuradamente hablando, claro. Ehtoy mu loca y por eso me rodeo a menudo de personas perezosas, tardonas, irresponsables y pasotas. Están por todas partes... lo que sucede es que sólo los que somos opuestamente formales los reconocemos desde kilómetros de distancia. Es como un radar: cuando se nos acerca un huevón, zasca, se nos enciende un luminoso en la mente que dice "WARNING!". 
No me malinterpretéis; yo quiero a mis amigos. Incluso aunque seamos distintos, acepto y respeto su forma de ser y de ver la vida a pesar de chocar con la mía a menudo. Es más, si a vosotros os sucede lo mismo y sois como yo, permitidme un consejo: aceptadlo. Asumidlo. No hay nada que hacer. No sirve de nada que discutas con un huevón, que intentes hacerle entender o que le expliques por qué te molesta tanto que haga lo que hace. ¿Que por qué? Pues simple: porque le importa un huevo lo que pienses o sientas. Si te enfurruñas y les regañas tan sólo conseguirás que te llamen abuela, que se rían de ti o que les posea el espíritu de Camarón y te llenen el whatsapp de gitanas. 
Los huevones son felices. Es más,  en eso yo les admiro. Les da igual si llegan tarde, si se les olvida algo importante, si hacen las cosas mal por terminar antes. Se las refanfinfla si estás esperando su llamada desde hace días, si alguien les ha dejado a cargo de lo que sea.  Si suspenden, si alguien se enfada por su culpa, si deben pasta o si tienen tareas pendientes ellos siguen tan tranquilos disfrutando en su País de las Maravillas ajenos al resto de la humanidad.  Y todo sería estupendísimo y maravilloso si verdaderamente viviesen en Wonderland y no aquí, con nosotros. Conmigo. Porque a mí, una persona responsable y puntual en extremo, que jamás dejo nada para mañana ni soporto que me cambien los planes, la actitud liviana de los huevones me exaspera sobremanera. Tener que convivir con ellos me supone doble esfuerzo que, encima, está normalmente infravalorado. Porque por una parte tengo que calmar mi ira y recordarme a mí misma que les quiero y que no son mis enemigos, simplemente huevones, y por otra parte tengo que ceder y dejarme llevar por su dejadez si quiero mantener la amistad. 
A veces me pregunto qué pasará el día en que yo también empiece a pasar... aunque sospecho que esa es la forma en que se pierden los amigos.

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