Revista Literatura

La huida.

Publicado el 01 abril 2011 por Marga @MdCala
La huida.
Dicen que cuanto mejor persona se es, más difícil resulta observar maldad en el otro. Esta aseveración es muy cierta por cuanto yo he podido comprobarlo en mi entorno más cercano: el bondadoso, el generoso, el campechano, el noble, jamás sospecha de los demás, jamás se plantea el oculto sentido sarcástico de una frase halagadora, nunca ve mala intención o interés soterrado en una invitación o propuesta, nunca busca otro significado a las excusas ni a los olvidos...
Por supuesto, también ocurre al contrario: quien sistemáticamente detecta envidia, corrupción, inquina, desconfianza, recelo o mentira en el prójimo, no está muy lejos de sufrir todo ello en su propia persona. Lo acepte o no.
Una vez conocí a una mujer así -oscura- en un antiguo trabajo que tuve, hace ya mucho tiempo... Se trataba de la persona más envidiosa, mezquina y resentida que tenía mi empresa. Era, para colmo, mi compañera más cercana. Eficiente lo justo y necesario, dedicaba todo su "tiempo libre" a hablar mal de unos y de otros a quienes no sabían cómo evitarla para no convertirse también en objetivo de sus críticas. Una de ellos era yo. Por un lado la temía, y por el otro -en el fondo- me daba lástima.
Llegó un momento en que el agobio y la angustia que me provocaban sus continuos lamentos y habladurías superaron el miedo a la represalia y correspondiente unión a su nutrido grupo de víctimas y hablé con mi jefe. No la imité y no la mencioné siquiera como motivo para conseguir un traslado, pero argüí necesidad de cambio para mejorar mi rendimiento laboral. Continué "escuchándola" callada en sus inagotables quejas y lamentos sobre el mundo y la humanidad -que no eran sino un desesperado grito por cambiar de vida- hasta el mismo día en que reuní mis cosas, mi carrito con máquina de escribir incluida, y me mudé a otro departamento donde no tenía necesidad de verla ni oírla.
Estupefacta y traspasada visiblemente en su indignación, ni siquiera me preguntó por el motivo de mi huida: jamás volvió a dirigirme la palabra, pues ya -seguramente- había pasado a ser una más de sus víctimas de despiece. Yo tampoco le expliqué. Y así terminó el episodio: por fin fui feliz trabajando en un lugar libre de odios y amarguras y ella quedó sola en un departamento en el que terminó siendo la única mujer de su categoría laboral.
Y lo que imagino sería peor para ella: no tenía ya a quien confesar la última traición sufrida por la maligna sociedad en la que se encontraba...
Moraleja: No seamos como el soldado del chiste, que nos queramos tanto que creamos que todos llevan el paso cambiado... menos nosotros. Igual el día menos pensado nos reencontramos con la Vergüenza y hemos de morir -literalmente- por su causa.

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