Foto por rociosalazarp
Siemprequiero saberlo todo, con lujo. Me preocupan las minucias, como el por qué de lamancha en el mantel o cuán tarde era cuando se fueron a casa, y no es porquetenga una planificación programada para hacer uso de tales detalles –sería imposiblepor mi mala memoria– solamente me gusta imaginar la escena completa, con oloresy colores, hasta con sensaciones, para finalmente emitir mi opinión (siempretengo una opinión). En fin, soy una obsesa de la información y cada día mecuesta más vivir con ello.Haceun par de años ese mal me pasó la cuenta, sufrí de más solamente por preguntar esoque no hacía falta, exigí información que no podía manejar y pagué por ello. Sepreguntarán qué tipo de información podría hacer eso con una persona, pues lainformación que no te corresponde saber, la información que no enseña, lainformación que solo destruye… esa maldita información que podrías haberevitado por pudor, por respeto al otro, por respeto propio. ¡Maldita la hora enque pregunté!, me dije tantas veces. Maldita la oportunidad en que exprimí aesa persona hasta sacarle la última gota, porque ahora ya no hay vuelta atrás.
Lopeor de todo es que mi mente sigue trabajando de esa manera a pesar de saberque es inconducente, sigue queriendo saberlo todo a pesar de reconocer cuando“se viene fea la cosa” y sufre tras la pared que puse últimamente. Hoy trato depreguntar menos y enfocarme en lo que me quieren comunicar, trato de vivir conmenos en mi cabeza y, por ende, analizar lo urgente para pasar a lo importantelo antes posible. La información es como un enjambre de abejas, no te deja vercon claridad las cosas, molesta y te mantiene ocupado, finalmente te hace latarea muy difícil cuando quieres llegar al fondo.