Toda cultura humana, casi sin excepción, se asienta sobre unos cuantos arquetipos, a menudo los mismos: el hijo pródigo que vuelve a casa, el dios que renace tras una injusticia y trae consigo la salvación del hombre, la añoranza de una "Edad de Oro" de la humanidad...
¿Casualidad? No lo creo.
Otro ejemplo de arquetipo cien veces repetido es el conocido como Diluvio Universal. Un ejemplo claro lo tenemos en el mito de Deucalión y Pirra: Zeus decide exterminar a los hombres con un diluvio, pero Deucalión y su esposa Pirra, avisados por Prometeo, construyen un arca. De todos modos, parece claro que el relato judeocristiano bebe de fuentes anteriores, mesopotámicas: el dios Enlil decidió exterminar a la humanidad con un gran diluvio, pero Uta-na-pistim recibe una advertencia de Enki, el dios amigo de los hombres, y construye un arca que llena de semillas y animales. Uta-na-pistim utiliza un ave (un cuervo) para atestiguar la presencia de tierra firme.
De nuevo, mitos similares presentes en culturas de todas las épocas y lugares.
Estos arquetipos tienen siempre un trasfondo moral. Manifiestan y fijan unos valores que se transmiten de generación en generación, promoviendo así una identidad grupal y la consolidación de unos principios que se consideran importantes; y los arquetipos adoptan la forma de relatos orales, más atractivos y fáciles de memorizar. Además, los dioses humanizan los relatos, dotándolos de emociones como la ira, la venganza o la piedad.
Nace el mito, pues, al calor de una hoguera. Y resulta apasionante, hipnótico, seductor. Durante miles de años las historias se han enriquecido con la creatividad de los ancianos, protagonistas de la noche tribal. El humano crea la leyenda a su imagen y semejanza: es curiosa y fascinante, a menudo contradictoria. El mito es la obra más compleja jamás creada, fruto de una inteligencia comunal, madurada con el tiempo y asumida como propia por hombres, mujeres y niños.
Ni catedrales ni sinfonías; el mito es, posiblemente, la culminación de la creatividad humana.
Un autor conocido, Luc Ferry, filósofo y antiguo ministro de educación de Francia, defiende en su libro "La sabiduría de los mitos" que el mito sigue siendo útil como herramienta de aprendizaje de lo que podríamos llamar "vida buena". Las leyendas nos fascinan porque llaman a lo más íntimo de nosotros. A algo que sabíamos incluso antes de nacer; a una memoria filogenética que compartimos por el hecho de ser humanos.
Luc Ferry propone así el mito como entretenimiento y aprendizaje de vida para los más jóvenes, y nos llama a los adultos a una tarea fascinante: la de contar historias a nuestros hijos, para luego reflexionar sobre la moraleja, el mensaje, que acompaña al relato. Perry afirma, y creo que con razón, que cualquier niño escuchará fascinado ese relato y asimilará la enseñanza que lo acompaña. Por propia experiencia puedo atestiguar que mis hijos no han olvidado historias como la de Icaro, Sísifo o Asclepio. Como ejemplo, hablaré de esta última.
Asclepio es hijo del dios de la medicina, Apolo, y él mismo es el primer médico.
El héroe Perseo acaba de rebanar la cabeza de Medusa, y de la vena izquierda de la Gorgona asesinada mana un veneno poderosísimo; de su vena derecha, sin embargo, fluye un líquido fascinante, capaz de curar cualquier enfermedad e, incluso, de resucitar a los muertos. Atenea recoge tan preciado viático y se lo regala a Asclepio. Hades, dios del inframundo y de los muertos se queja a Zeus; gracias a Asceplio y su nueva pócima apenas si recibe almas.
¿Qué hace Zeus? Es expeditivo e inmisericorde, y mata al joven Asclepio ¿Por qué? ¿Acaso no eran nobles sus intenciones?
Aquí entra en liza un término fundamental en la mitología griega y mundial: el desorden. La "hybris". La vida como experiencia humana no se compone de absolutos, de blancos y negros, de buenos y malos. Hay una infinita gama de grises, de matices, que la enriquecen y matizan. El relativismo no es un mal actual, como denuncian augustos prelados, sino una expresión de inteligencia y perspicacia. Es difícil mantenerse firme al timón envarados por la rigidez del dogma. Dudar, cuestionarse la realidad es inevitable si se deambula por la vida con los ojos abiertos. Ante el embate del viento, mejor ser flexibles.
El abuelo ha muerto ¿te das ahora cuenta? porque así es la vida. Porque el orden natural de las cosas implica que se sufre, que se añora, que se odia. Que se mueren aquéllos a los que amamos; nosotros también moriremos. Es importante tomar conciencia de esto; por ejemplo, nos ayudará a despedirnos a tiempo de los que van a iniciar ese camino sin retorno. Podremos decirles "gracias". O "te quiero". Y procura labrar una vida con amor, para que en tu final dejes un poso de agradecimiento. De gratitud. No aspires a más.
Llora la muerte, pero disfruta la vida. No pretendas ser siempre joven; atente al ineludible peso del tiempo sobre su hombros. No hay Bálsamos de Fierabrás en las farmacias.
El mito de Asclepio nos adentra en la reflexión más difícil, la de encontrarle un sentido a la muerte ¿le parece poco?
Por ir acabando, sepan que el mito está presente en lo cotidiano. Los días de la semana o el nombre de los planetas proceden mayoritariamente de la mitología; también el nombre de plantas como ciprés, azafrán, menta o Narciso. La araña debe su nombre a la tejedora Aracne, y el cisne a Cicno. Asia, Atlántico, Europa o Pirineos son nombres todos mitológicos, como cereal, eco, pánico, furia, anfitrión o museo.
Los ejemplos son innumerables; algunos, muy curiosos. Suponga que ingresa en un hospital y le diagnostican tras un cultivo una infección causada por un estafilococo. Mientras se recupera con antibióticos, sepa que Estáfilo era un hijo de Dionisio, dios del vino Pero ¿qué tiene que ver el vino con un microorganismo?
Resulta que la bacteria estafilococo se agrupa formando racimos, similares a las uvas de la vid.
El mito aguarda, pues, en cualquier esquina.
Este verano, en la piscina, acuérdese de la hija de Níobe, que vio como Apolo y Artemisa asesinaban a doce hermanos. Su rostro horrorizado adquirió un tono pálido, casi blanco. Tan blanco como el cloro con el que tratan el agua en el que se está bañando.
La niña se llamaba Cloris.
El humano está hecho de la sustancia del mito. Nos rodea silente y discreto, pero su presencia es indudable. El mito nos reconforta, nos cobija y ofrece sentido a la vida.
Somos carne de mito, de leyenda. Por ser humanos y mortales, somos hijos de la memoria hecha relato.
No prive a sus hijos de ese privilegio. Adéntrelos en un mundo de leyenda y, con ello, edúquelos en valores, imaginación y armonía.
Será la herencia más hermosa que les pueda regalar.
Sea práctico: hágales soñar y muéstreles la medida del hombre.
Antonio Carrillo