Una amiga, a la que conocí un día de café de hace cinco o seis años, me salió hace poco con el extraño y hasta absurdo reproche de por qué ya no actualizo este blog con la frecuencia con que lo hacía hace un año, por ejemplo. “A Algunos lectores nos acostumbraste a seguir este blog permanentemente”, me dijo. “No es justo que ya no te dediqués a él como lo hacías antes”, me dijo. “Es una irresponsabilidad”, me dijo. Y yo, reprimiendo las ganas de cagarme de la risa y buscando una respuesta adecuada, una que no contribuyera a reafirmar esa supuesta “irresponsabilidad” a la que ella aludía.
La verdad es que no sabía yo de la existencia de esos extraños seres acostumbrados a seguir este blog, un blog que creé hace cinco años con el único afán de ir archivando en él algunos textos dispersos que no pensaba publicar nunca en ningún otro formato que no fuera el que ofrecía internet.
“No veo por qué debería yo estar obligado a actualizar este blog con mayor frecuencia”, le respondí a mi amiga, que empezaba ya a mostrar los primeros gestos de una indignación creciente. “Un blog, quiérase o no, es un espacio para el cultivo del narcisismo, y el mío anda por estos días en sus mínimos”, le respondí. “Este blog”, le dije, “lo creé en un momento en que me sobraban las ganas de compartir lo que iba descubriendo por aquí y por allá sobre literatura y arte en general y por estos días ando en plan más egoísta”, le dije.
Mi amiga acabó enojada con mis respuestas, seguramente porque ella acostumbra a observarlo todo desde el punto de vista sociológico. Entiende ella mi relación con este blog como una actividad más allá del simple hecho de publicar, cuando me da la gana, lo que pienso acerca de determinados temas o lo que encuentro en internet con algo de interés. Entiende ella, y me da risa pensarlo, que este insignificante blogger es un individuo socialmente importante, una de las piezas indispensables para que este mierda de país con nombre de abismo salga del subdesarrollo, o algo así. Me cago de la risa. Definitivamente, es para cagarse de la risa.