Tengo por costumbre, cada tarde, al salir del trabajo, dar una vueltecita con el coche a lo largo y ancho de la población en la que, por suerte o por desgracia, tengo mi residencia. Éstos días, cómo en todas las poblaciones de España, no se si Vasconia y Catalonia se dará ese efecto, las banderitas de España, rojas y gualdas, con escudo Constitucional, con el Oficial, con el toro de Osborne o cómo bién quieran interpretarlo los chinos que, al fin y al cabo, son los que verdaderamente hacen el agosto en junio vendiendo a cada cual, más pintorescos artículos. Así, por unos días, cada dos años, ya sea por la Eurocopa o el Mundial, uno se siente en su país, ya que el resto del tiempo, uno no sabe si está en la Taifa, Europa o directamente en la Mierda. Son así las cosas. Los patriotas en éste país sómos una especie maligna, apaleable y a destruir. No es algoo baladí. Si permites que los enemigos de un país gobiernen ese país no puedes esperar que lo amen y hagan progresar. Muy al contrario ya sabes lo que toca y sin vaselina te va a doler.
Indignante.
Aún así hoy no voy a caer en la redundancia de ciscarme en la madre que trajo a más de uno y más de medio millón de esos politicastros que lo mejor que hacen es irse a tomar por donde amargan los pepinos cuando se les da la patada en las urnas o deciden que han robado lo suficiente cómo para retirarse a vivir holgadamente. Dentro de lo sumamente humillante que debería suponer tener semejantes especímenes ocupando unos cargos para los que no están preparados y en los que debieran servir en lugar de mangonear, mi artículo de hoy va para quejarme, cómo no, de la forma totalmente fruslera con el que se usa la enseña nacional, seguramente por la ignorancia que genera el no saber que lleva detrás y antes de ella lo que supuso la Cruz de Borgoña para la totalidad del Orbe. Esa ignorancia calculada en la que históricamente se ha sumido el pueblo español, más preocupado al principio en llenar la tripa y más pendiente de llenarse el bolsillo después que de conocer, trasegar, asumir y defender todo lo que significa el Paño que con tanta ligereza prenden ahora en sus balcones y ventanas.
Es indignante del todo que la Bandera, con mayúscula, sea motivo de sorna y pitorreo, se insulte, humille y ultraje a tiempo parcial mientras se usa cómo reafirmación de la conciencia futbolística por breves periodos cada dos años. Al menos, a mí así me lo parece. Será por la cosa de haberme cuadrado muchas veces ante un monolito donde se recuerda a los Caidos por la España que cada vez es menos España y cada vez es más bazofia. Un país cuajado de la peor ralea de especímenes que ahora están empezando a descubrir que para ganar el dinero, en muchas ocasiones, no basta con trapichear, robar o estafar, sino que hay que doblar la espalda y trabajar. Un país que, cómo ya dijera un buen prócer de la destrucción patria ya no lo reconoce ni "la madre que lo parió" y por supuesto, un País roto, fracturado, en una crisis mucho más profunda de lo que pensamos, pues no sólo es económica sino de identidad. Dicen que Japón, gracias a su capacidad de poner el bien común nacional por encima del individual se convirtió en una potencia capaz de rivalizar con Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Aquí eso es francamente imposible.
Asco.
Y es imposible porque simplemente no reconocemos lo que representa no sólo la bandera y el himno sino cada una de las cosas que hizo todo español que en su día se dejó la vida no ya por hacer éste país un poco más fuerte y grande, sino por permitirnos llegar a la actualidad con la capacidad de ser una potencia mundial. Lástima que ese Paño sólo represente opresión para una parte de españoles que, según dicén, se sienten obligados a usar pasaporte español o vivir de puta madre en un país del primer mundo, estando, sin duda y según su parecer, mucho más a gusto en provincias separadas y aisladas en su propio jugo. El Paño, la Bandera o la Enseña Nacional, es un bien de todos los españoles y deberíamos pensar que no nos gustaría que un Inglés la quemara en Trafalgar Square o en Gibraltar y ello es un handicap que, si bien lo cogimos con la guerra de Cuba y creernos la Leyenda Negra a pies juntillas, ya es hora de soltar y dejar de pedir perdón por existir, porque sinceramente, mejor que en éste planeta existan españoles a otro tipo de alimañas mucho más dañinas.
El colmo de la estulticia no obstante lo interponen nuestras queridas cadenas de televisión, radios y prensa, tanto escrita cómo digital que cómo buenos borregos no cejan en tapar las vergüenzas del peor cáncer que desde la Pepa arrastra el terruño patrio y que no es otro que sus politicastros. Para ello, es una bendición tratar a los futbólistas cómo autenticos héroes en pos de victorias imposibles con las que hinchar sus cuentas en paraísos fiscales a cambio de títulos que engrandezcan la Patria oscureciendo las gestas de aquellos otros héroes, mal pagados, mal avenidos y en multitud de casos olvidados que permitieron que España fuera la dueña de un cuarto del Mundo durante cuatro siglos. Eso, ver a esos patanes enfundados en la camiseta con el escudo nacional a discrección en cualquier medio nacional, mientras un suboficial del ejército y un policía han perdido la vida sin que nadie se haya hecho eco de ello me parece no ya asqueroso, sino plenamente repulsivo y de una baja estofa sólo comparable a paises de nula vocación trascendente.
Pena.
La decadencia moral de España sigue viento en popa y toda vela. Nos escandalizamos mucho con el Once M pero no exigimos cómo ciudadanos que pudimos estar en aquellos trenes que se investiguen de verdad. No exigimos que se nos pregunten en Referendum sobre todas las cuestiones importantes que nos están afectando. Además, seguimos bajando la cabeza cuando los nazionalistas nos insultan, que son las veinticuatro horas del día, nos saquean o se hacen las víctimas. Ser español es una cuestión de fé o cómo en ésta época de héroes de pacotilla y balompié, una moda pasajera que culminará en el mismo instante en que la Selección vuelva a España, haga un paripé carísimo por Madrid y volvamos a empezar con las Olimpiadas en las que ganarán medallas y dinerito fresco nuevos héroes del Deporte, eso que parece solucionar todos nuestros problemas. Problemas que no van a desaparecer y seguirán ahí después de esos eventos en los que, ya os lo digo yo, ganan siempre los mismos aunque nuestra fantasía nos haga partícipes del triunfo. Es triste, pero a eso hemos llegado, a la Tragedia de perder un fútbolista y la estadística de perder un militar.
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