Revista Diario

La ineludible cita de los viernes

Publicado el 25 noviembre 2011 por Brisne @Brisne72

La ineludible cita de los viernesCARTA MALDITA
Acabo de recibirla ésta mañana.Es la carta que llevaba meses aguardando. La veo ante mí, esperando serabierta. No puedo todavía descubrir su secreto. Como una víbora dispuesta asaltar de debajo de una piedra. Su remite me llama pero no respondo; ANADIR(Asociación de Afectados Pro Adopciones Irregulares).Acudí a ellos buscandorespuestas a mis preguntas acuciantes.
Ahora que soy vieja el mundo seempeña en correr. Corren con sus móviles, con sus cartas sin papel, con lasnoticias que envejecen a cada minuto y yo sigo mirando la ventana ypreguntándome qué fue de ti, pequeña niña que creciste en mis entrañas. Megolpeó tu muerte nada más nacer. Soltera en el 68, embarazada  mientras en Francia un mayo floridodespertaba. En esos instantes yo paría, desnuda, a la luz de un quirófano. Lacomadrona soltó la mala noticia como quién se libra de un saco pesado: “hanacido muerta”, y te llevaron lejos de mí, sin poder ni siquiera ver tu caritade cadáver inocente, tus ojos cerrados. Ni un llanto. Todo demasiado rápido.Soñé con tu risa y con tu cara cuando todavía estabas en mi vientre, morena deojos negros que nunca alumbró el sol.
Luego vinieron esos meses desoledad, de hastío, donde cada bocado que introducía en mi boca producía vómitode ausencia. Las lágrimas amarillas que salieron de mi pasado y han llegadohasta el futuro.  Me quedé sentada en misillón viendo pasar la vida. Sola, abandonada. Tú, Berta, mi niña, me habíasdejado antes de que mis pechos colmados de leche pudiesen llenar tu pequeñoestómago. Mis padres me expulsaron de la casa cuando aparecí embarazada y sinmarido. La deshonra. La muerte. El ostracismo del pequeño pueblo y la huída ala ciudad. Limpiar casas, ser una criada, una sirvienta con vómitos matutinos.Y suerte tuve. No fui una perdida que decía mi padre. “Acabarás en el arroyo”.Pero no, no acabé en ningún arroyo. Criada, limpiadora de hotel, camarera,luego la biblioteca, tras estudiar en una escuela nocturna. A partir de ahí leen mi juego con la vida, gané. Pero nunca he dejado de imaginarme tu cara deángel muerto, ni he dejado de sentir tu ausencia.
Por eso mi niña, te sigoesperando. No puedo creerme que nacieses muerta, llevo años pensando que terobaron de mi lado, desde que ciertos rumores relacionan el hospital que te vionacer con la desaparición de bebés durante el franquismo. Empecé a escribirtecartas por tu cumpleaños, ritual que llevo veinte años realizando. Los cuatroprimeros de tu existencia me dolía el pecho al coger la pluma y pensar en ti,el silencio llenó mi vida, mis manos incapaces de escribir permanecían quietasy calladas. Amarillean en una caja nacarada junto con fotografías de entonces, cuando crecías fuerte y sana en mi interior. Una pone tantas esperanzasen la vida que crece dentro. Busca nombres, vestidos, cuna, pañales y luego unanube negra lo cubre todo. Ayer cumpliste veinticuatro y te conté lo que mepasaba, otra vez. Vuelvo a leer las cartas, repaso todas ellas, veinte en totaly veo el reflejo del tiempo y cómo se ha ajado mi alma, he tenido que hacerloantes de abrir la definitiva, en la que espero que me digan que te hanencontrado. Te cuento la vida en solitaria en la biblioteca, desde hace quince añosrodeada de libros que yano leo. De palabras que hacen llorar, reír, sufrir y disfrutar a los pocoslocos que siguen leyendo.  Ahora me bastacon acariciar sus lomos, con ver sus portadas, con su olor a espliego. Recorrocon mis dedos sus páginas, intentando fundirme en su papel. Leí casi todos hacetiempo, buscando evadirme de mi vida buceando en las suyas. Como no tenía amor,leía “El amante de Lady Chatterley”, rememorando entre sus páginas el únicoamor que he tenido en mi vida, tu padre. Estaba casado. Decidió seguir con sumatrimonio y yo me quedé contigo. No me arrojé del puente ni al molino, queríatenerte, eras mía, crecías en mi interior. No dije quién era él, no lo sabenadie. Probablemente él respiraría tranquilo con tu muerte. No es fácil vivircon tu mujer cuando una pequeña copia de ti mismo se pasea por el pueblo quehabitas. Por eso he llegado a pensar que quizá el tuvo algo que ver con tudesaparición.He pensado tanto en ello, en laamistad que le unía a Juana. En la tranquilidad que gana alguien que se librade un bebé aunque con ello cubra el manto de muerte en el otro. En sus palabrascuando le comuniqué mi embarazo: “Tenemos un grave problema”. Llamarteproblema, cariño. Incluso he llegado a creer que te vendió. Mi madre me dijoque había cambiado de casa cuando te robaron. Una casa más grande, luminosa,dónde disfrutar de mujer e hijas. ¡Cuantas noches he maldecido su vida! Me loquitó todo, juventud, honra e hija. Me dejó vacía y muerta desde haceveinticuatro años, rememorando ese día, el de mi parto. Sin poder hacernada  más que buscarte en la cara de losbebés, los niños y los adultos con que me cruzo. Buscando su pelo, mi mirada,sus manos, mis ojos, su mentón… sin encontrar nada.
Le he dado muchas vueltas a loocurrido en esos días, y ahora, cuando he visto en la televisión a otrosfamiliares de desaparecidos que buscan a sus hijos, he pensado en ti con másfuerza. Recuerdo la primera vez que me dijeron que Juana, la matrona, vendíaniños a familias de postín que no podían tenerlos. A mi me vino a visitar acasa, cuando supo de mi embarazo. Me lo planteó como la solución perfecta, nopodría mantener el hijo así que  meofrecía marcharme con ella durante los nueve meses de gravidez hasta el parto yluego ella se ocuparía del bebé, “estará con una buena familia”, me dijo. Dehecho convenció a mis padres, la niña diremos que ha ido a hacer un curso depeluquería fuera, e incluso puede hacerlo, luego a la vuelta nadie sabrá nada.Era todo lo que mis progenitores necesitaban oír. Podrían recuperar a su hija,me podría casar, ser una mujer de bien. La única que no quiso hacerlo fui yo.El final de mi vida en mi pueblo. Creo que oí su voz en la habitación de allado cuando te llevaron de mi lado.
Fue hace dos meses cuando decidíponerme en contacto con ANADIR, les enseñé mis papeles, tu certificado dedefunción. Comprobaron que no estaba inscrito en el Registro Civil. Ese díasupe lo que antes ya intuía, supe que estabas viva, esperando que teencontrase. Y empezó otra amargura, el no querer encontrarte, el pensar que tú estaríasfeliz al lado de unos padres que son tuyos y yo, aparecería ante tus ojos comouna madre desnaturalizada, de esas que abandonan niños. De nada servirían miscartas y mis anhelos. No puedo abrir el sobre que espera, aunque sé que debohacerlo. Es una angustia íntima que me atenaza el alma. ¿Qué hacer cuandoencuentre en su interior la respuesta ansiada? ¿Cómo enfrentarme a tu cara?¿Qué dirás al verme aparecer con la esperanza en las manos y el corazón rotopor las dentelladas del vacío?  Dudas queme angustian desde la primera carta, en la que me comunicaban la no inscripcióndel fallecimiento en el Registro Civil.
Han trascurrido unos días desdeque dí mi saliva para las pruebas de ADN. Igual también me estás buscando. Esla única esperanza que tengo de poder recuperarte, que en tu interior intuyasque con quienes habitan no son tus padres, que estés también en la asociación.Está mañana cuando el sobre esperaba en el casillero del buzón, he sentido unpálpito de alegría. Sé que en su interior está la respuesta. Lo abro:
Estimada Adela:
Lamentamos comunicarle que nohemos encontrado coincidencias entre nuestros asociados. No desespere, quedanmuchos todavía por llegar. Le informaremos de cualquier otra circunstancia.
Atentamente,
   MercedesAcevido   Directorade Comunicación      ANADIR.
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