El anterior texto es uno de los más utilizados para poner a prueba las intuiciones morales de las personas, y cómo las emociones influyen sobre los juicios morales.
En situaciones experimentales, a la mayoría de las personas a las que se les ha presentado el texto afirmaron no estar dispuestas a empujar al hombre a las vías, lo que se considera una respuesta no-utilitaria (una respuesta utilitaria equivaldría a tener en cuenta la utilidad de la acción sobre los principios, es decir: decidir empujar al hombre, sacrificando una vida para salvar cinco).
Diversos expertos han interpretado esta respuesta como la prueba de que las personas poseemos unos fuertes sentimientos o emociones morales que nos hacen encontrar algo repulsivo el hecho de sacrificar conscientemente la vida de alguien, aunque con ello podamos salvar a cinco personas.
Según dichos expertos, nuestros juicios sobre lo que está bien o mal están determinados por las emociones: las razones que aducimos a favor de lo que está bien o mal no serían más que justificaciones y racionalizaciones a posteriori.
Pero, además, diversos estudios han mostrado que el estado de ánimo de cada individuo también juega un importante papel a la hora de juzgar lo que está bien o mal. Así, si a los individuos se les predispone a un estado de buen humor (tras visualizar un vídeo gracioso), es más probable que respondan que estaría bien sacrificar al hombre del puente para salvar a los pasajeros de la vagoneta. Según parece, el buen humor inducido podría contrarrestar la ansiedad que podría provocar el actuar en contra de nuestras intuiciones morales.
No obstante, un reciente artículo publicado en la revista Cognition (y reseñado en Scientific American) afirma que la moral no es reducible a las emociones, y que emociones y razonamiento están íntimamente entrelazadas en nuestros juicios morales.
Los cuatro autores del artículo, de la Universidad de Regesnburg (Alemania) dividieron en tres grupos a los sujetos del experimento, y los indujeron a tres estados de ánimo: positivo, negativo y uno que sirviera como control, el estado neutro:
El estado positivo era inducido al hacer escuchar a los sujetos la obra de Mozart “Una pequeña serenata” (‘‘Eine kleine Nachtmusik”), mientras les hacían escribir un episodio del pasado que consideraran “positivo”; para inducir el estado negativo se les hizo escuchar la obra de Samuel Barber ‘Adagio for Strings, Opus 11’’, mientras les hacían escribir un episodio negativo; el estado neutro era inducido al hacer escuchar a los sujetos la canción del grupo Kraftwerk ‘‘Pocket Calculator”, mientras les hacían escribir un recuerdo neutro.
Tras inducir esos estados de humor, los investigadores presentaron a los individuos la historia del puente. A continuación, a unos individuos se les pidió que respondieran a una pregunta, llamada la “condición de marco activa”, que preguntaba a los sujetos si creían que era apropiado mostrarse activo y empujar al hombre a las vías; a otros se les pidió que respondieran a la llamada “condición de marco pasiva”, que preguntaba a los sujetos si creían que era apropiado mostrarse pasivo y no empujar al hombre.
Los investigadores hallaron que los sujetos inducidos al buen humor era más probable que estuvieran de acuerdo con la pregunta que se les había presentado, sin reparar en cómo había sido formulada: si se les preguntaba si estaba bien empujar, era más probable que sintieran que debían empujar; si se les preguntaba si estaba bien no empujar, era más probable que sintieran que no debían empujar. Y el patrón contrario se daba en los individuos de mal humor.
Recuerde el lector lo que se comentaba más arriba: la respuesta más frecuente al escenario del puente es la no-utilitaria; pero el estado de ánimo, en concreto el buen humor, puede alterar nuestros sentimientos morales negativos hacia el hecho de sacrificar activamente la vida de una persona, lo que permite ofrecer una respuesta utilitaria: lo correcto, entonces, sería sacrificar al hombre, y estaría mal no hacerlo si con ello se pueden salvar cinco vidas.
Lo que sucede en este experimento es diferente: los individuos de buen humor encontraban bien la repuesta utilitaria, lo que es consistente con su buen humor; pero también encontraban bien la respuesta no-utilitaria, lo que ya no es tan consistente con su estado de ánimo. Y ello porque no atendían a la manera en que la pregunta era realizada.
Así pues, el estado de ánimo tenía el efecto de validar o no la información que era presentada a los sujetos (si está bien bien empujar o si no está bien), independientemente de su contenido real y de sus implicaciones. Al preguntar a los sujetos si estaba bien empujar, estos empezaban a considerar la acción de empujar; el buen humor actuaba sobre ese proceso de pensamiento haciéndoles sentir que estaba bien empujar al hombre del puente; al contrario, cuando se les preguntaba si estaba bien no empujar, el buen humor afectaba al proceso de pensamiento haciéndoles sentir que estaba bien no empujar al hombre. El mal humor tenía un efecto semejante, pero en la dirección de negar ambos pensamientos.
Los autores del artículo sostienen que es una simplificación pensar que la moral se fundamenta únicamente sobre sentimientos morales: lo que denominados “pensamiento” también tiene un importante papel, y puede ser alterado de una manera significativa por el estado de ánimo. Tal como los mismos autores sostienen en sus conclusiones, sería deseable realizar variaciones de este experimento con estados de ánimo diferentes al buen o mal humor, así como modificar el escenario para incluir situaciones de la vida real.