Revista Diario
La injusticia
Publicado el 05 marzo 2014 por LaikaUna tarde, cercana ya la primavera, me contaron una historia propia de una novela, pero real como la vida misma.
Como me la contaron, os la cuento.
Rosa, era una guapa y joven mujer que vivía en un pueblo de montaña. Estaba felizmente casada y tenía dos hijos.
Se destacaba por la dulzura de sus ojos oscuros, pues su mirada era profunda y clara, como si se pudiera ver a través de ella la limpieza de su alma.
Llevaba una vida sencilla cuidando de su hogar y de su joven familia. Tenía muchos sueños por cumplir tan altos como las montañas que veía cada día asomarse en el frente de su casa.
Se conformaba con la sencillez y la belleza que la vida le ofrecía, y poseía una manos con gran destreza para los trabajos manuales. Una de sus aficiones era hacer pañitos de crochet muy laboriosos y creativos, que una vez terminados, planchaba y almidonaba primorosamente y servían para adornar cualquier rincón de la casa. También les solía regalar a amigos y familiares.
Vivía al lado de su hermana y ambas casas se comunicaban por un patio. Su hermana tenía una niña de pequeña edad, curiosa y risueña, amante de la alegría de vivir. Se llamaba, Maria. Entre ella, y su tía, había nacido con naturalidad un afecto profundo y muy particular...quizá veía en su tía un referente de vida. Le había contagiado su capacidad de amar lo sencillo, reflejándose en su carácter un ánimo alegre y pasional por cualquier cosa que emprendía.
A María le encantaba pasar horas y horas con su tía. Se le iluminaban sus ojos y corría atropelladamente al escuchar la voz cantarína de su tía por el patio, hasta llegar donde ella estaba. Era como un canto a la libertad donde se encerraban sus afanes y cada uno de sus sueños.
Pero aquella felicidad placentera, de repente, se vio rota por la muerte inesperada del marido de su tía Rosa.
Fue un golpe que el fatídico destino le tenía preparado.
Como la economía familiar no estaba en su mejor momento, a Rosa, no le quedó más remedio que ponerse a trabajar en casa de unos señores ricos para sacar adelante a su hijos.
María como nadie, sintió su marcha, quedándose de alguna manera huérfana del afecto de su tía con la que tantos maravillosos momentos había compartido.
Como era una mujer voluntariosa y cumplidora de su deber, enseguida se hizo con su nuevo trabajo, y a los pocos meses se le hacía mas llevadera la ausencia de su marido, de sus hijos y familia.
Todo parecía sonreírle de nuevo, cuando un nuevo suceso vino a perturbar la paz de su corazón herido.
Fue injustamente acusada por los dueños de la casa del robo de un anillo de oro.
Ante semejante atropello sabiéndose inocente, nada pudo hacer para demostrarlo. Quizá como siempre, se juzgara con especial dureza a Rosa, por el hecho de ser de cuna humilde, demostrando una vez más que siempre los pobres tienen las de perder...
Sin más contemplaciones la enviaron a una cárcel cercana al mar donde pasó largos años.
María siempre guardó su ausencia añorando el arrullo de su voz cuando le llamaba por el patio de la casa, quedando muda de dolor por la larga espera.
Rosa, alejada de su hijos moría de pena y angustia entre las frías y húmedas paredes del calabozo, mientras su madre se hacía cargo de ellos.
Con el paso de los años, un abogado de buen corazón supo de su caso, y queriéndola ayudar, logro reabrirlo. Fueron días de incertidumbre, pero al final la justicia alzó de nuevo su voz declarándola inocente.
Cuando regresó de nuevo al pueblo no era la misma...los largos años y la humedad de la costa, se habían aliado con la pena por la injusticia, haciendo estragos en su salud.
Al poco tiempo tuvo que ser ingresada en un sanatorio para tuberculosos .
Murió joven, demasiado joven...
Cuentan que María quería siempre ir a visitarla pero al ser una enfermedad contagiosa apenas verla
Es verdad que alguna vez sus ojos se volvieron a encontrar de nuevo pudiendo volcar su corazones llenos de afectos mutuos.
Como recuerdo de aquel maravilloso ser, Maria, aquella niña inocente y soñadora, hoy una mujer fuerte y valiente ante la dureza de la vida, conserva los primorosos pañitos de su tía Rosa, como tratando de rescatar la esencia de la belleza de su alma. En un lugar de su corazón guarda el sonido de su voz, como un arrullo capaz de envolver sus penas teniendo el don de aliviarlas.
Esta historia es real, tan solo he cambiado los nombres de las protagonistas. He querido escribirla cuanto antes, para que no perdiera la fuerza del sentimiento tal y como yo la he escuchado, y como homenaje a Rosa y a todas aquellas personas victimas de una injusticia.