Sacrificios humanos, torturas, ejecuciones de las formas más cruentas imaginables, persecuciones, lapidación de niñas, exclusión social, invasión de países y genocidio, asesinatos en masa, justificación de las barbaries más denigrantes cometidas por el ser humano. Todo eso ha sido, y sigue siendo provocado y llevado a cabo con la bandera de la religión por delante.
La religión, si bien no siempre ha sido la causa (en la mayor parte de los casos la razón última y fundamental ha sido el dinero), sí que ha apoyado o servido de excusa a las atrocidades más grandes que ha perpetrado el ser humano contra sus semejantes. Y si no ha sido la causa o las ha apoyado, ha contribuido de alguna forma, o bien marcando por su religión a los perseguidos, o bien callando y mirando para otro lado.
Deberían prohibirse, por ley, en todos los países del mundo, las religiones. Todas, sin excepción. Son una lacra auténtica que sólo sirve como fuente perpetua de conflictos.
El que sea tan lerdo que necesite recurrir a un ser supremo para explicarse lo que no entiende, que adore su ombligo o la pelusilla de entre sus dedos, que va a obtener las mismas respuestas, sólo que dudo mucho que su ombligo le diga que queme a nadie en la hoguera o lo mate a pedradas.