Revista Diario

La lagartija

Publicado el 15 junio 2010 por Joanaabrines
LA LAGARTIJA
A BEA, la mariposa.

Antes de nacer le diagnosticaron hiperactividad. Danzaba en el huevo de su madre, corría de un lado al otro del cascarón sin apenas poder moverse, movía la cola todavía a medio hacer y se echaba eruptos delante de los mayores sin ningún tipo de pudor.

Nació un día soleado de primavera en la endidura número cuatro del acantilado norte de la diminuta Formentera. Vivió acompañada de su abuela, su madre y su hermana hasta que decidió independizarse a los dieciocho días. Le gustaba el lugar en el que había nacido por azar pero estaba cansada de tostarse bajo el sol sin ningún arbol con sombra suficiente para las cuatro mujeres de la familia. Quería cambiar de barrio e incluso de ciudad, no le importaba su destino, sólo quería conocer gente. Con lo puesto y sin hacer la maleta cogió el primer vehículo que pasó por la única carretera de la isla. Se situó estratégicamente entre la rueda delantera y trasera de una motocicleta de alquiler que se cruzó por su camino y escuchó al conductor preguntarle si quería tener hijos, para no caerse del susto tuvo que agarrarse fuerte al tubo de escape y se quemó la yema de los dedos de lagartija juvenil. Tenía práctica, su cuerpo se había críado bajo el calor abrasador por eso se mantuvo fuerte y llegó sana y salva a la ciudad. Cuando bajó de la moto, vió a una pareja joven encima del vehículo. Había sido testigo de un germen de vida. Necesitó un sorbo de agua para recuperarse y lo encontró en el cuenco de una hoja de higuera. Al anochecer eligió un rincón entre las malas hierbas del campo y esperó despierta para hablar con alguien aunque fueran las estrellas. Recordó a su madre, aquella lagarta vieja y sabia, que siempre le contaba una historia delante del horizonte antes de dormir. No se había acordado de pedirle ninguna para la primera noche de soledad y además en el cielo había menos estrellas que en el país de su infancia. Tendría que inventarse la conversación si quería entrar en el trance que separa el día de la noche. Antes de poder mediar ni una sola palabra comenzó a llorar. No sabía si de tristeza, añoranza o nostalgia. Si se pueden tener los tres sentimientos a la vez, ella los tenía todos.

    - No me das miedo, son lágrimas de lagartija no llegan ni a cocodrilo, -le dijo su nueva compañera de piso.

    - ¿Quién eres?

    - Soy la oruga de la luna, la más vieja y la más sabia.

    - Como mi madre, ¿me cuentas una historia?, -le increpó la lagartija entusiasmada.

    - Déjame un hueco en tu lecho.

La lagartija se chupó la última lágrima con la puntita de la lengua y con una media sonrisa le dejó un hueco a su nueva madre. No sabía que cambiar de familia fuera tan fácil.

    - Hija, ¿es la primera noche que estás aquí?, -le preguntó la oruga vestida de azul.

    - Sí, he llegado al atardecer. ¿Y tú, cuánto tiempo llevas viviendo en este campo?

    - Muchos años, hoy es mi última noche, mañana desapareceré volando.

    - ¿Qué quieres decir?

    - Esta noche subiré a la higuera y dejaré que la seda cubra mi cuerpo envejecido para convertirme en mariposa.

    - Ups, qué asco!

    - Pero si la seda es suave y las mariposas vuelan.

    - Pues a mí me duele mucho cambiar la piel además “mariposa” es una palabra muy fea, no la había escuchado nunca. ¿Entonces vas a morir?, -le preguntó la lagartija.

    - No, la metamorfosis es el crecimiento natural para las de mi especie.

    - Pues yo sólo me suicidaria si supiera que después de la muerte hay vida y como no lo sé me quedo como estoy: vivita y coleando.


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