Decía Gerardo Schmedling que “la mejor defensa no es un buen ataque. La mejor defensa es no sentirse atacado”. Recuerdo e intento asumir esta frase a diario. Constantemente. Y es que no siempre me resulta fácil lidiar con los demás. No siempre me resulta fácil quedar al margen y callada, como algunos querrían.
En estos últimos días me han invitado -sin amabilidad- a no opinar; me han puesto en mi sitio como escritora de segunda, y más de un creyente (esos que se autoconsideran bendecidos por su suerte y, por tanto, superiores) ha sentido lástima expresa por mí, por llevar una vida “sin Dios y sin fe”…
Es muy difícil para mí, pródiga en letras y palabras, guardar silencio, ser prudente y obviar estas opiniones y alusiones, aunque provengan de personas que bien poco me importan. De modo que me perdonaréis si utilizo este -mi- espacio, para expresarme como me venga en gana. Coño ya.
Soy razonablemente feliz. Y digo razonablemente, porque en este mundo cruel no es conveniente (y así también se me ha hecho ver) presumir de bienestar. En mi vida personal, lo soy por completo. En mi vida profesional, lo seré cuando un agente o una editorial de los muchos que he llamado, me responda y me dé la oportunidad de publicar mi tercer libro y me pague por ello. O también cuando gane un concurso de los tantos que escribo, manteniendo una ilusión que apenas queda, y que se diluye en lágrimas de impotencia cuando alguien me recuerda mi pobre lugar en el mundillo. Y, por demás, la invalidez de mi opinión como autora. A pesar de todo eso, escribo y escribiré. Opino y opinaré. Vivo y viviré. Apartaré, también, a cada uno que sienta lástima por mí y se apiade de mi alma perdida. Porque eso no falla: los más creyentes, los más misericordiosos, los más temerosos de Dios, han sido y son los que peor se han portado conmigo a lo largo de toda mi vida. A Dios rogando, y con el mazo dando…
Que nadie sea tan arrogante como para volver a sentir lástima por mí o mis ideas. Que nadie me recuerde lo que yo ya sé sobre mi pendiente profesión. Que yo no vuelva a leer o escuchar nada semejante. Me hago mayor y no tengo ya paciencia para tamañas estupideces. Y quien lo haga, que no se extrañe luego de que lo elimine ipso facto de mi vida.
Y ahora, a seguir escribiendo, a seguir amando, comiendo, bebiendo, y -si está en mi mano- ayudando a los demás. El rezo, la charlatanería, la hipocresía y el “hacerse cruces”, queden para los elegidos.
Yo soy demasiado humana para eso.