Cuando era pequeña, en mis primeros años de preescolar, no podía mantenerme quieta por mucho tiempo. Mis periodos de atención eran mucho más cortos que ahora. Solía empezar una actividad y, a medio camino, me levantaba para decirles a mis compañeros que estaban haciendo las cosas mal. Mi inquietud era tanta que siempre buscaba nuevas actividades para hacer. Un día se me ocurrió una idea brillante: le pedí a mis compañeros que fueran al baño y me dieran sus playeras y calcetines para lavarlos en el pequeño lavabo, con la promesa de que se irían limpios a casa y que sus mamás estarían felices. Más de la mitad del salón me dio sus prendas, y terminé lavando alrededor de 20 piezas entre calcetines, playeras y suéteres. Todo iba bien hasta que la maestra me encontró en plena acción. Aún hoy me pregunto cómo fue posible que nadie se diera cuenta antes de que más de la mitad del salón estuviera con los niños sin ropa.
Al final de la jornada, la maestra comunicó el incidente a los padres y explicó que varios niños regresarían a casa con la ropa mojada. Mi mamá cuenta que ella rezaba para que yo no fuera una de las que regresaría mojada, pero lo que no sabía era que yo había sido la que mojó toda la ropa 🤡