Ella está leyendo ayeres resguardados. Aún no ha llegado a las páginas del diario que recoge un listado de manzanas mordidas, alta cosmética y fajas por encargo.
(Se intuyen ángeles en el verde azulón de las paredes).
Mas de pronto, una rama araña la ventana y el tiempo, hasta ahora confundido, destruye las señalales del pasado.
Huyen por las pupilas de la lectora las presencias de antaño: el caballo de madera, el loro enjaulado, el gato de cuerda y la voz persistente que suplica: -Martha, bebe, llegaremos tarde -un vaso en la mano, pecas y una alianza de oro yaciendo en los dedos finos y largos.
(El diario se cierra, los ángeles ensombrecen y los años aireados deambulan desamparados).