Revista Literatura

La leyenda de Fherw

Publicado el 11 noviembre 2009 por Rodrigoyanez
La leyenda de FherwCuando se me vino a la mente tantas ideas relacionadas con los principios de los días, con una idea fantástica de los principios de los días, consideré la opción de crear todo un universo mágico, lleno de esperanzas, pero también el odio, la pasión consumada dentro de lo que las verdades de nuestro mundo propio no somos capaces de practicar.
La seducción de Tolkien es evidente en este cuento.
Así que viajé muy a nuestro pasado, cuando los hombres eran aún ingenuos, y a contar de allí, comenzar un escrito que fuera sencillo, mágico, pero a la vez interesante.
Lo subiré también en un PDF para quien esté interesado, y lo iré publicando por capítulos. Aún así, ya está terminado, por lo que si alguien así lo desea, se lo envío sin problemas.
PD : Al parecer al darle copiar, pegar de pdf a word, envía errores con el código html, así que se come algunas frases de la Diosa.
Saludos, pasajeros todos.
Rodrigo Yáñez

La leyenda de Fherw

1
La manifestación de una Diosa

Hace mucho, mucho tiempo atrás, existió una mujer de la que muy poco se conoce en nuestros días. De seguro es una historia digna de contar, pero no sé si te interese saberla. O si eres ciego, que alguien te la lea y tú escucharla. O si aún no sabes leer, porque eres un niño muy pequeño, o un analfabeto, no quieras saber nada de la historia que ya nadie recuerda por nuestros tiempos de Fherw. Pero yo creo que es la historia más fascinante de las historias. Así que de todas maneras la escribiré.
Como dije, “hace mucho, mucho tiempo atrás” podrán imaginar ustedes que es una historia de esas antiguas. Muy viejas. Quizás es por ésta razón que ya nadie hable de ella, por que ha pasado tanto tiempo…Esta historia es más antigua que las arrugas de tu abuela, más antigua que tu bisabuela incluso, ¡más antigua que tu tatarabuela todavía más! Ahora de seguro estarás pensando que cómo es que sé que es tan vieja, pero ya llegaremos a esa parte.
Al principio de los días de los hombres de este mundo, la tierra estaba dividida sólo en cuatro grandes países. Al norte, estaba el país que alguna vez se llamó Norte, al sur estaba el país del Sur, al este estaba el país Este, y al oeste estaba el país Oeste. Y es que como eran los primeros días de los hombres, cada emperador de su propio país lo determinó así en un mutuo acuerdo, o al menos eso se creyó en los días antiguos. De seguro muy pocas personas que tienen la suerte de estar vivos, sabían de esta gran verdad en cuanto a los cuatro primeros países de nuestra tierra.
No hay un reporte existente para determinar exactamente cuáles años eran aquellos, pero sí les puedo informar que había pasado muy poco tiempo en que los grandes, bravos y, gruñones dinosaurios habían llegado a su fin.
Fue entonces cuando por primera vez se escuchó del nombre de la diosa Ártemis. En aquél momento, no existían razas, especies, animales ni hombres. Ella era todopoderosa, así que cada deseo suyo, era, al instante, convertido en realidad. Su voz era la más hermosa que pudiera oírse en la tierra y sus alrededores, y a pesar de que no tenía necesidad de gritar sus deseos para hacerlos realidad, se sentía como si te estuviera gritando justo al lado de tu oído. De todas formas, escucharla era sensación de paz. Aunque esta paz, no duraría para siempre, pero ya les contaré sobre eso.
Entonces la diosa Ártemis habló por fin sus deseos sobre esta tierra. Cuando nada existía, excepto los mares, el cielo, la luna, el sol y los suelos.

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Y a estas separaciones, les llamaré lugares.
Y a estos lugares les llamaré países.
Y a estos pequeños países les llamaré por Norte, Sur, Este y Oeste>>

Ésas fueron sus primeras palabras en nuestro mundo. Se oyó en todos lados, en cada rincón, bajo los suelos, incluso bajo el mar, allá en el sol también y el más allá. Pero claro, allí no existía nadie aún que hubiera podido escucharla. La gran diosa se dio cuenta de aquello, y entonces creó a todos los animales existentes que conocemos ahora. Y fue entonces que por primera vez todos los animales pisaron tierra, otros volaron cielo, y otros nadaron mares. Pero la gran diosa se dio ahora cuenta de que los animales no entendían lo que ella había acabado de hacer con la tierra y sus primeros cuatro países. Fue entonces que creó a cuatro nuevas razas que sí pudieran entender su creación, aunque claro, esto jamás significó que ella les hubiera regalado nada.
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Fue entonces cuando por primera vez, se vio a los monstruosos Minotauros, conocidos y temidos por cada ser que vivió, y murió.
Fue entonces cuando por primera vez, se vio a los gnomos, bajos seres y delgados, pero eternamente trabajadores de minas y orgullosos.
Fue entonces cuando por primera vez, se vio a los elfos, conocidos por el arte de la inteligencia y la inmortalidad.
Y fue entonces cuando por primera vez, se vio a los hombres, seres conocidos hasta nuestros días por ser envidiosos, arrogantes, pero en algunos casos, valerosos.
Ártemis ya tenía a cuatro razas pensantes que pudieran entender lo que ella había acabado de crear sólo con los deseos que dictaron su voz. Fue entonces cuando uno de los gnomos no aguantó la duda, y usando por primera vez su lengua y moviendo sus labios, preguntó:
- ¿Qué es lo que haz hecho? – Gritándole al cielo, esforzándose al máximo para que la diosa le oyera.
Pero lo que no sabía, era que ella era una diosa. La magnífica diosa Ártemis, y ella era todopoderosa, por lo tanto tenía todos los poderes que tú o yo podamos imaginar.
- Calla. Tú, señor gnomo.- Le advirtió la diosa - No hay necesidad de que me grites de semejante forma. Tu pregunta ya la sabía porque la había leído en tu mentecilla desde muchos segundos antes de que usaras tu boca para hablar.
El señor gnomo asintió moviendo el cuello.
Ahora eran miles y miles de minotauros, gnomos, elfos y hombres los que estaban atentos a lo que la diosa tenía que decirles.
Y ahora sí, volvió a repetir sus deseos para hacer todo lo incomprensible, comprensible.

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Y a estas separaciones, les llamaré lugares.
Y a estos lugares les llamaré países.
Y a estos pequeños países les llamaré por Norte, Sur, Este y Oeste>>
Quedaron todos sorprendidos y perplejos. Pero hay algo que aún no les he contado a ustedes. No todos los dioses son buenos, y si bien, la magnífica diosa Ártemis no era precisamente una mala diosa, sí era caprichosa.
Y ahora sí, volvió a repetir sus deseos, para hacerlo todo, todavía más comprensible.
<
Y a estas separaciones, les llamaré lugares.
Y a estos lugares les llamaré países.
Y a estos pequeños países les llamaré por Norte, Sur, Este y Oeste>>

<
Sobrevivir alimentándose, a convivir con los
Inconvenientes de esta tierra
Por que no la hice perfecta ni mucho menos.
Aprenderán a vivir en armonía con sus pares
Y sus vecinos.
Y cada uno resolverá sus propios asuntos
Siguiendo los consejos de su respectivo emperador.
He dicho>>

Ya sé que aún tienen muchas y muchas preguntas, pero ellos también tenían todavía muchas más preguntas. No todo era claro. Era todo confuso aún, y por alguna razón, algunos comprendieron el miedo que causaba la todopoderosa. Los elfos se limitaron, por su inigualable inteligencia a callar, pero los hombres no.
- OH, diosa yo tengo tantas dudas aún – Dijo uno de ellos, con voz baja y apenas. Y con esfuerzo, prosiguió.
- Quisiera saber…
- Calla. Tú, señor hombre – Le interrumpió la magnífica. - Tú vivirás en el país Este. Te he leído ya la mente.
Todo el mundo quedó con la boca abierta ante tal capacidad. Se sentían inofensivos, pero sin duda, los minotauros no hacían demasiado caso.
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Los señores gnomos en el país del sur
Los señores elfos en el país del Oeste
Y los señores hombres…bueno, ya lo saben>>
Aún así, había miles, con miles de preguntas. Pero entre tantas dudas en cada mente de cada ser, de cada raza, la magnífica se confundió y estresada sentenció.

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Y recuerden que uno de mis caprichos
Es que cada uno resolverá sus propios asuntos
En este lugar yacerá la cima del monte de los principios de los días
Y entonces, cuando se me necesite,
Sólo entonces, volveré.
He dicho>>
Y entonces su voz se silenció para siempre. O eso creyó cada uno de los presentes por muchos y largos años.
Algunos de los más viejos aldeanos, que vivían en las cercanías del reino de Lynn, en el país del Este, a menudo hablaban antiquísimas historias sobre la diosa Ártemis y sus apariciones por la tierra, (aún en tiempos aquellos) luego de haberse esfumado su voz. Pero la gente no prestaba demasiada atención porque para muchos, no eran más que tonterías con las que los viejos se aprovechaban para causar el miedo a la gente.
Algunos se convencían de que la magnífica se aparecía por las noches, o que de pronto, muy incluso por cierto, iba a saludarles sólo por placer.
Nunca se supo demasiado de ella. O al menos, no lo hablaremos en este momento, pero los chismes que andaban por allí eran cientos y miles, que ni aunque fuera un elfo, tendría el tiempo para describirlos.
Pasaron miles de años luego de la gran manifestación, y la tierra se convirtió en civilización. Los cuatro grandes países existieron por siempre, pero dentro de cada uno de ellos, nacieron otros dominios, reinos, grandes castillos y fortificaciones.
Los señores gnomos no denominaron sus grandes minas con algún nombre importante, por cierto, más que solamente su lugar de trabajo, era también su “hogar”. Pero aún así, eran muchas, tantas que incluso un niño humano pudiera perderse si no tuviera algún mapa dibujado por algún señor gnomo. Pero una de sus mayores cualidades era tener una increíble memoria, y cada trayecto, estaba dibujado en sus mentecillas, por lo que circulaban con sus diminutas, pero gruesas y fornidas piernas, sin mayores problemas.
Los finos y bellos elfos tienen tantas historias…Si sólo supieran todas las cosas que yo he oído hablar de ellos. Pero esto no es importante ahora. A los maestros elfos les gustaba vivir en hermosos y cómodos lugares. Algunos, vivían en lo más alto de las secuoyas, aquellos larguísimos árboles pero que a los elfos les gustaba mantener los troncos lisos y de color claro, y también muy gruesos. Eran tan altos, que se dice que algunos dormían incluso muy cerca de las lejanas nubes, y allí realizaban sus reuniones y asuntos más importantes. Se autodenominaron La banda de los Secuoyas, y con bastante razón, por cierto. Tenían su propio reino en lo alto del cielo, y si bien se llevaban de perfecta manera y convivencia (Tal como la magnífica ordenó) con los elfos que habitaban en los bosques del hermoso reino de Tundra, mostraban diferentes intereses. La banda de los secuoyas se interesaba en averiguar la verdad sobre la gran manifestación que hacía miles de años atrás había existido, y los elfos en las artes de la escritura y las curaciones.
El señor Agarbath, el más antiguo de todos los elfos, era el emperador del país del hermoso país del Oeste. Había vivido tantos años, que ya ni siquiera él podía recordar su propia edad. Tantos años tenía ya, que no había un ser en esta tierra que hubiera podido darle un consejo, por que ya tenía todos los
conocimientos, todas las verdades, y era hábil en muchas artes, incluso algunas desconocidas. Era alguien bondadoso, y él forjaba la paz entre los suyos.
Su único sufrimiento fue el de no haber conocido jamás a sus padres. O al menos, él no tenía ningún recuerdo de aquellos pasajes tan importantes. Pero muy por seguro, fue su padre el primer elfo en presenciar la gran manifestación de los días antiguos.
Pero no todo por esos años fue paz y prosperidad.
Las personas sabían de la gran profecía, aquella que se diferenciaba de los chismes y habladurías de los viejos falsos, aquella que sí era realmente temida, porque elfos, gnomos y hombres creían en ella,… y también los seres de la raza de los minotauros.
Fin capítulo 1

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