Revista Literatura

La leyenda de Fherw (Parte 3)

Publicado el 11 noviembre 2009 por Rodrigoyanez

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La celebración de la consagración
   Una vez al año, se realizaba una gran junta en “Las tierras altas de Arón”. Arón estaba ubicado en las montañas empinadas de la ciudad de los Lobos. Iban allí, cada joven que ya hubiera cumplido los veintitrés años para ser nombrado oficialmente como caballero del Este. Debo informar que en los años que el antiguo rey Gherw gobernaba, la decisión de consagrar a cada caballero dependía de sus habilidades, pero estos eran tiempos de guerra, así que no había opción ni queja alguna. De todas formas, los hombres antiguos se caracterizaban por ser valerosos, por lo que la consagración los llenaba de orgullo.
También llegaban todo tipo de otras gentes, esto dependía exclusivamente de las invitaciones que enviaba el rey a los vecinos de todos los reinos del país. Incluso los más lejanos, como el reino de Seglar o el de Lynn, que estaban ubicados en las limitaciones más distantes. Para estas invitaciones tan lejanas, el rey Bherw tenía entre sus guerreros a montaraces que contaban con caballos fieles y fuertes, capaces de recorrer por días y días, sin descanso alguno.
Había mucha expectación, llegaban muchas personas, y todos alegres por que se consideraba también una fiesta, incluso los que viajaron desde las ciudades más lejanas estaban alegres, aunque no sonreían demasiado, por cierto.
El rey Bherw tenía más de algún contacto con los elfos y los señores gnomos, por lo cual también siempre que alcanzaba, enviaba montaraces dando aviso de la invitación. Y si bien, no tenía demasiada amistad con los elfos, tampoco tenía enemistad. Así y todo, una pequeña banda de los bosques de Tundra llegó a la cita, sin embargo no se vio a ninguno de los secuoyas.
- Siento informar que estaban muy ocupados en sus asuntos – Dijo uno de ellos, dando una breve pero exacta explicación.
Los elfos presentes, que eran tres, estaban ya dispuestos a tocar sus hermosos sonidos con sus finas, delgadas y largas flautas. Para ellos, satisfacer, era una forma también de celebrar.
También llegó un puñado de veinte señores gnomos, cargados con barriles de cerveza, muy cansados, tras tan largo viaje, pero dispuestos a la celebración. Después de todo, ellos no tenían guerreros contra la tiranía de la tierra. <<Ése lugar lo ocupan los hombres>> Pensaban.
Uno de ellos, se acercó sin temor y a paso veloz  a Bherw. Algunas personas quedaron sorprendidas, y los elfos también. El gnomo se paró de puntillas intentando alcanzar la altura del rey, lo que obviamente era imposible, así que lo miró directo a los ojos y dijo así.
- Mi jefe le manda saludos y cerveza, señor emperador de los hombres. Pero debo informar, es nuestra necesidad, que tantos días de viaje nos tiene sedientos y probaremos también, de nuestra cerveza. ¡Henry, el herrero a sus órdenes!
Bherw no pudo más que sonreír a carcajadas, y el resto de los invitados le siguió, y entre tanta risa, la celebración al fin comenzó.
Los invitados para la consagración, usaban túnicas distintas a las habituales. Eran ropas coloridas y alegres, los hombres usaban túnicas rojas, y las mujeres usaban vestidos largos y azules, el rey en esta ocasión usó una corona dorada que iluminaba pequeños destellos con sus reflejos la pronta noche. Estaba ahí también la dama Susanne, muy elegantemente vestida, y también su hija Fherw, que traía un vestido de un azul como el del cielo nocturno. Fherw era admirada por todos los varones presentes, incluso los más viejos, pero no provocó la atención de ninguno de los tres elfos presentes también, pese a su infinita belleza. Su cabello largísimo, de tono oscuro como la noche, que tenía a la altura de sus caderas, simplemente se lo había dejado caer para la ocasión. Traía una rosa blanca en su cabeza. Su padre estaba tan feliz, sentía que ése era uno de los días más felices de su vida. Para las muchachas, en cambio Fherw era motivo de envidia, y celos de parte de las viejas chismosas por su juventud y belleza. Ella trataba de no hacer demasiado caso, pero a ratos se apenaba.
Como cada año, se encontraba allí también, la mano derecha del rey, el guardián Arles, que al tener más edad que el mismísimo rey, tenía más experiencia en consagraciones anteriores. Incluso, todavía aún, éste estuvo presente también, en consagraciones con el antiguo rey.
Pero como ya he informado, antes de la consagración primero se celebrara. Era una de las viejas costumbres de los días antiguos.
¡Las tierras altas de Arón! Si les contara todo lo que se sabe de aquél bello lugar. Un gran círculo, rodeado por pastos larguísimos y de un frondoso verde, y en el centro se daba lugar para los hombres y las visitas. Había una mesa redonda magníficamente grande, nadie quedaba sin asiento, y deben ustedes pensar que eran cientos de visitas presentes. Todos estaban cómodamente sentados, excepto los tres elfos que se mantuvieron de pie. Muy contrario a lo que algunos pudieran pensar, los seres elfos, dentro de lo posible prefieren estar parados siempre, y es que era la única forma de poder apoyar aquellas tan largas flautas contra el suelo. Aún así, uno de ellos, el más alto y serio, pero el más bello entre los tres, no traía flauta alguna, sino, una especie de un grueso pedazo de bambú.
Existía solo una cabecera en la mesa circular, y ésta tenía una silla tejida con pajas especialmente seleccionadas por las campesinas. Como podrán imaginarse, esta silla de pajas era para Bherw.
Sólo se veían sonrisas y rostros alegres, excepto por algunos hombres que venían de las ciudades fronterizas, que no sonreían demasiado, ni mucho menos por compromisos.
En la mesa, había muchas velas de color rojo, todas encendidas, se habían encendido inciensos también, con los aromas más vegetales existentes. Había un buen surtido de comidas. Por lo general, los hombres comían pollo cocido y pavos bien quemados. La cerveza abundaba gracias a los tantos barriles que trajeron los señores gnomos de tan lejanos lugares, algunos hombres bebían cerveza también, y otros preferían el aguardiente. Los elfos en cambio, tomaban del agua de sus enormes manantiales del reino de Tundra. Era un agua reparadora, sobre todo para viajes extensos como aquél que acababan de tener. También comían sus propios y desconocidos panes.
La noche era iluminada por estrellas que se veían más grandes de lo común, algunos creían que era por la ocasión especial.  
De pronto, el rey Bherw se puso de pie, y hubo un silencio inmenso. Esto era prueba del respeto que se mostraba por él. No se escuchó una sola voz, incluso hasta muchas millas más allá de los campos frondosos. Con cara alegre más que otra cosa, alzó su voz a todos los presentes.
- Amigos míos, hermanos, familia mía, y gente que viene de lejanos lugares, vecinos señores gnomos y elfos presentes. Hoy celebramos otra consagración más, y siguiendo la tradición de nuestros antepasados, es hoy, el tercer día de Junio que se nombran a los nuevos guardianes de nuestro país. Jóvenes guerreros que siempre estarán dispuestos a dar la vida por la libertad que se nos otorgó según contó alguna vez la profecía. Jóvenes guerreros que estarán dispuestos a dar su vida por nuestro país en contra de la amenazante tiranía.
De pronto tomó su copa de aguardiente con su mano derecha, y la mantuvo en el aire por unos segundos, y continuó.
- Que sean ellos los que nos den las esperanzas y el orgullo de nuestra sangre. Que sean ellos los que nos deparen un futuro con días bienaventurados.
Nos encontramos en tiempos de guerras declaradas, pero aún así es la fraternidad y la bondad es lo que nos une hoy, y con ellas, y no con la fuerza, podremos volver a la tan anhelada paz.
La hija del rey, se sintió un tanto apenada al escuchar estas palabras.
- ¡Adelante, gente de nuestro futuro destino! -  Sentenció el rey Bherw, brindando de su copa.
- ¡Adelante! – Se escuchó al unísono, y juntos, todos bebieron.
Fue así, que al fin, dos de los tres elfos presentes, tomaron sus posiciones para comenzar su exhibición. Todos se alejaron de la mesa, y se reunieron luego de unos minutos justo debajo de unos árboles muy grandes, que tapaban el cielo, y todos quedaron sólo a la luz de las velas. Todos estaban de pie, hablando de sus asuntos, hasta que comienzan a sonar las bellas melodías de la música de los dos elfos extranjeros. Las flautas eran doradas, hermosas realmente y delgadas. Los dos, cerraron sus ojos, sometidos por completo a su pasión, y si bien a esas gentes no les resultaba algo a lo que estuvieran acostumbrados, o algo que oyeran todos los días, pero de alguna manera se les hacía una música agradable, y casi se sentían como hipnotizados a ratos.
Pero algo ocurría. El elfo que no traía flauta consigo, tenía una cara triste, se veía afligido. El rey se preocupó, pero no se decidió a si era prudente interrumpir la música para salir de sus dudas.
La música llegó a su fin, y esto significaba que era la hora de nombrar a los nuevos caballeros.
Se formaron siete grandes hileras de muchachos jóvenes. Y justo delante de todos ellos, estaba el trono del rey. Algunas viejas chismosas, llegaban a pensar que algunos de ellos, al parecer, aún no estaban con la edad necesaria correspondiente. Eran más de cien. Todos con rostros de felicidad al ser consagrados.
El primero de todos, fue Gherw, hijo del rey.
- Que tu generación traiga consigo la sabiduría y buenas nuevas en este mundo, hijo mío – Dijo Bherw – Pues, mi tiempo ya llega a su fin, pero he de terminar siendo orgulloso y valiente en combate.
Entonces Gherw se agachó, poniéndose de rodillas ante los pies de su padre, y bajó la mirada. Y entonces dijo.
- Si tus días han de acabar, entonces yo pondré tu nombre en alto, pues no permitiré que el negro futuro contamine más, el gris presente. Hoy me nombrarás al fin tu caballero, y ahora y para siempre, te prometo lealtad, mi rey.
Bherw, respondió acariciando la nunca de su hijo, y haciéndolo poseedor de una espada de hierro, posándola en su hombro izquierdo.

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