El bandolero dejó el trabuco apoyado en el tronco de un pino carrasco de la sierra de Cazorla, y sin moratoria se dispuso a mear contra el viento de poniente, que bañó sus ropajes y sus brazos. Cuando hubo terminado, antes de asaltar en el camino a la suerte y al destino, talló en el torso del pino con su navaja el nombre de su amada.