Crecí en el desierto... Bueno, en una ciudad en un llano, pero con clima extremo y poca lluvia; con años de no llover. Así que cuando vine a Querétaro disfruté mucho la lluvia. Sus días y días de lluvia... Me causaba gracia cómo se despejan las calles en cuanto empieza a llover. A mí una mojadita me parece de lo más disfrutable. Luego fui conociendo el lado feo de la temporada, que no es culpa de la lluvia, por supuesto: la ciudad se inunda en varios lados, el tráfico se obstaculiza y no sé ahora, pero hace unos años, el drenaje del centro de la ciudad era un desastre, así que las limpias calles queretanas podían ser una cochinada al día siguiente de una lluvia fuerte.
De cualquier forma, me gusta la lluvia. Lo que no me gusta es estar sola cuando hay truenos y rayos. Me da un miedo animal; sé que no va a pasar nada, pero me impresiona y siento miedito... un miedito adquirido con los años: no estaba cuando era chica. Tal vez porque tenía su punto rico sentirlo en brazos de alguien, quién sabe... Afortunada o desafortunadamente, la preocupación realista hace a un lado el temor. El agua se mete a mi casa por la ventana de la recámara, la ventana de la sala, la ventana del estudio, una gotera en el baño, la parte de abajo de la puerta y dos ventanas que están sin vidrio en este momento. Un poquito por aquí, un poquito por allá, pero cuando la lluvia dura, acaba siendo bastante..
Ahora llueve. A mi niña dormida, parece que ni le va ni le viene. Cuando estaban las tortugas, lo sentían. Hasta el momento, no hay casi nada mojado, y espero que siga así.
Silvia Parque