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La luz crepuscular

Publicado el 25 febrero 2010 por Felipe @azulmanchego

ACABO DE LEER la última obra de Joaquín Leguina (Editorial Alfaguara) y he de confesar que me ha interesado vivamente. Tal vez no resulte apetecible, no lo sé, para el "gran público", pero sí puede ser de utilidad para todos aquellos a quienes preocupan los avatares de la política. Dice el propio Leguina en una nota previa que "el texto se inscribe en el género literario conocido como novela, aunque en este caso la vida profesional y la pública del protagonista (Ángel Egusquiza), son un trasunto del autor". Es decir, una novela con un gran componente autobiográfico en el que se intercalan ficción y realidad.
La nómina de personajes que cita Leguina (Felipe González y Alfonso Guerra, pasando por Teófilo Serrano, José Acosta, Joaquín Almunia, José Borrell y tantos otros) así como los avatares y entresijos políticos en la joven historia de la Comunidad de Madrid, incluidas las batallas del PSOE, me han cautivado poderosamente. Ni que decir tiene que estamos ante una "historia de parte", con sus apostillas y matices, a cargo sin duda de un testigo privilegiado, de vuelta ya de todo, como para defender con ahínco a José Barrionuevo, Mariano Rubio, Narcís Serra, Julián García Vargas o Pilar Miró, tan fustigados en su día.
Su "ajuste de cuentas" con el pasado no deja indemnes, por supuesto que no, a oscuros personajes como José Luis Balbás o Gustavo Durán, cuyas andanzas como apestados o conseguidores resquebrajaron los cimientos de la propia Comunidad de Madrid. Tampoco salen muy bien parados, era fácil imaginarlo, Baltasar Garzón, Mario Conde, Luis Roldán o el diario El Mundo. No me extraña que Leguina se emplee a fondo con ellos, lo que sí me llama la atención es la fiereza con la que castiga a José Luis Rodríguez Zapatero. Nadie, ni siquiera el presidente del Gobierno está libre del escrutinio, necesario e inevitable en todo cargo público, si bien en este caso la acritud que destila es de una gran estridencia. Está en su derecho, faltaría más, aunque tengo para mi que las causas del desapego hacia el secretario general del PSOE no están suficientemente explicadas. "Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros", según la certera frase acuñada por Pío Cabanillas en plena guerra fratricida de la extinta UCD.
Me gusta el decálogo que incluye al final del libro, una especie de "testamento político" del que entresaco algunas ideas: "Es preciso mancharse las manos, lo contrario es apostar por la inacción". "La finalidad de la buena política no ha de ser otra que la disminución de la crueldad, de la injusticia y del dolor". "Luchar por las convicciones, incluso si hay que pagar por ello un alto precio".

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