La maldad de una niña que no tiene la edad ni la experiencia suficiente para haberla aprendido. Esta es la historia.
Cuando era pequeña, en edad preescolar llevé a cabo varios actos de maldad, nadie provocó esto en mí, tampoco nadie me indujo y por último no vi a ninguna persona hacerlo, así que no actué por imitación, simplemente había maldad en mí, admitirlo duele.
En uno de los tantos episodios que se vive cuando se es niño calculé el momento justo en el que mi hermana menor pusiera sus pequeños y delgados dedos en el marco de la puerta, cuando capté ese instante tire la puerta con todas mis fuerzas, mi hermana entre gritos, privada de aire y echando a llorar por un hecho deliberado que malogró uno de sus deditos.
En otro episodio, en un acto de la escuela, la mayoría de los niños nos encontrábamos sentados en sillas adaptadas a nuestra medida, en esta oportunidad calculé el momento justo en el que pasaría delante de mí una niña y en ese preciso instante extendería mi pie, no fallé en el cálculo, porque al pasar, extendí mi pie y la niña sin poder preverlo cayó, consecuencia de esto, la maestra me pegó.
Un día cualquiera la maldad podía manifestarse, en esta oportunidad se lució mientras mi madre me duchaba en el patio de la casa donde vivíamos, me enfadé sin entender el motivo y comencé a vociferar contra mi madre, de mi boca salían gritos de ira y rechazo, pero una abeja escuchaba y sin tardar se acercó para darme mi merecido y con su mordaz y afilado aguijón me picó el dedo índice, me dolió tanto, que logró que nunca pudiese olvidar ese momento.
Es posible que no se entienda porque hay maldad en el corazón, pero algo es innegable allí estaba y yo cooperaba con ella.
Mientras iba creciendo, la maldad seguía allí acompañándome, pero la conciencia también comenzaba a tener voz, así que las dos vivían dentro de mí, una me daba imaginación, osadía y cálculo, mientras la otra me aconsejaba, reprendía y varias veces frustraba mis intenciones y detenía mis actos.
Han pasado muchos años desde entonces y desde luego muchas maldades han sido cometidas, tantas que se pierden de vista, he comido de sus frutos y puedo decir lo amargo que saben. Por otra parte, la conciencia ha sido fiel, tenaz y una gran maestra, he aprendido a escucharla y la he hecho mi parienta.
La maldad sigue allí, pero no estoy sola, conmigo está la conciencia y me ayuda a combatir contra ella.
¡Hasta la próxima!