
Tu cara es tan blanca y pacífica, con esas orlas violáceas que enmarcan tus
ojeras. Como seda, brilla tu pelo oscuro, más que la propia seda del féretro que
te cobija.
Debería correr, porque conozco la maldición que cargarás por siempre...
Pero un leve estremecimiento de tus pestañas termina de paralizarme, y espero
hipnotizado el momento de poder contemplar el infinito a través de tus ojos
vacíos...