Fátima nació luego de que su padre recibiera la Revelación divina y durante su infancia y juventud sintió en carne propia las humillaciones a las que fue sometido Mahoma por sostener la nueva fe. Si bien historia y leyenda se superponen en la narración acerca de su vida parece que amaba incondicionalmente a su padre, a punto tal que sólo sobrevivió seis meses a la muerte del profeta y falleció desconsolada en el mes de Ramadán.
El incidente que dio origen a la famosa Hamsa no resulta agradable y cuesta reconocer en la narración cualquier virtud en la protagonista que no derive del complejo lugar que ocupa la mujer en el Islam. Casada con Alí, primo de su padre, le solicitó al profeta con resultado positivo que no permitiera a su marido contraer matrimonio con otras mujeres como lo faculta la ley islámica; de hecho, el mismísimo Mahoma contaba con la friolera de nueve esposas.
Claro que Alí se podía ver impedido de tomar otras esposas, pero si de concubinas se trataba el impedimento no era válido. En este contexto Fátima se encontraba cocinando cuando arribó su marido con una concubina y, sin darse cuenta, con su mano comenzó a revolver el caldo quemándose conjuntamente con la sémola que estaba cociendo, ya que el dolor de su corazón le impedía sentir dolor físico. La lágrima que derramó logró su cometido y Alí renunció a su concubina; a partir de este episodio, la mano de Fátima se convirtió en un símbolo de paciencia y fidelidad para las mujeres árabes.
Con el correr del tiempo el significado fue mutando de la misma manera que el lugar de Fátima en la historia, porque a partir de sus dotes inigualables para el mundo musulmán sus descendientes, los califas fatimíes, constituyeron un linaje poderoso que dominó el norte de África, donde fundaron ciudades entre las que se destaca El Cairo y dieron lugar a uno de los períodos más prósperos de la historia de Egipto.
Es curioso que de una religión regida por el Corán que prohíbe el empleo de amuletos o fetiches haya surgido un símbolo que ha trascendido sus fronteras: así los cinco dedos se relacionan con los cinco pilares del Islam y el ojo alude a la lágrima que torció la voluntad del marido infiel. El empleo de la mano de Fátima se ha extendido a India e israel y las organizaciones que trabajan por la paz lo emplean como sinónimo de conciliación entre los pueblos de Oriente Medio.
Mientras tanto, Fátima habría ascendido al cielo y su imagen irradia todas las virtudes a las que deberían aspirar las mujeres musulmanas; verdad o leyenda, su influencia y su mano se han multiplicado exponencialmente como sinónimo de energía positiva, una y otra vez.
Las caras del rock and roll
En el Centro Cultural Estación Terminal Sur se puede visitar la muestra Las caras del rock and roll – Andrés Cascioli, donde el talento del artista se ve plasmado en sesenta dibujos originales que, mediante el empleo del retrato, reflejan la expresividad de los rostros de ídolos nacionales e internacionales del rock and roll.
La muestra es tan diversa como variopinta: desde The Beatles hasta Elvis Presley, desde Charlie García y Gabriela Epumer hasta U2, el ceño adusto de Pappo y la mirada de Luca Prodan. Las figuras icónicas del rock sonríen, observan y perviven a partir del talento creativo de Cascioli; en la fotografía, Elvis y la destreza ilustrativa del artista.
Première
Como antesala del perfume, dos años antes la maison Gucci presentó una colección de alta costura inspirada en las divas clásicas de Hollywood, recreando una época dorada en la que la elegancia y la belleza eran condiciones naturales, lejos de los artificios de tratamientos estéticos invasivos y de los estilos reñidos con el buen gusto.
Desde esta concepción el packaging resulta un tanto extremo, un dorado intenso que encandila parece recrear el exceso en lugar del allure, pero la fragancia se abre en un almizcle que no llega a densificarse por el toque de las flores blancas, que a su vez se atenúan con el impacto del cuero y la madera. Première posee una composición ecléctica que resulta sensual aunque en mi piel no sostiene la fijación suficiente: apenas un par de horas en las que se va diluyendo hasta que sólo queda un aura débil, casi sin rastros de la opulencia prometida.