Los junios callados nacen desde un resplandor de nostalgia. Me paso la vida escuchando música, pero algunas canciones acaban en un saco de bandas sonoras de otros días. Canciones que escuchamos en la radio y luego les perdimos el rastro; canciones que tuvieron un momento y que, probablemente, todo lo buenas que eran se lo deben al instante en el que supimos de ellas por primera vez.
Hace unas días hice una playlist con canciones de artistas y grupos que quizás no son mis favoritos, pero que me obligaban a subir el volumen de la radio cuando sonaban. Pensé en el ejercicio de nostalgia y poesía que suponía ponerle banda sonora del pasado al presente y salí a la calle con ellas.
Recordé en la acera que nadie le quiso prestar atención a Natasha Bedingfield cuando comenzó a sonar Soulmate y ya no le ponía música a un champú. ¡Qué difícil es que te reconozcan sin salir por la tele! ¡Qué difícil acordarse de la gente sin volver a verles!
Me asaltó María Villalón, y no con La Lluvia, que todos lo podían esperar, sino con Cosas que no sé de ti, y recordé que la guardé en el mp4, corriendo, el día antes de irme de viaje. Sí, fue una compañía escogida, como si quisiera darnos el gusto de recordarnos siempre por aquel momento. Y hoy la escuché despreocupado, cruzándome con gente a la que no se la dediqué y, sin embargo, bien podría haber sido suya. Y seguí caminando obviando que esquivaste mi mirada, como si aún las cosas que no sabemos del otro siguieran escociendo viejas cicatrices.
Reconozco que me hace ilusión que suena Sum 41, sin ser yo nada de eso. Sin tener yo nada que ver con ellos. ¡Ay, maldito Tuenti! No sé quién escuchará esto un día como hoy… Poco y nada tenía que ver conmigo, pero la escuchaba porque te alcanzaba y con eso bastaba. ¡Dios mío! ¡Linkin Park! ¿Por qué no he puesto nada de Linkin Park? Yo, que me he dejado dormir con La oreja de van Gogh en el discman, con Shakira en el mp3. Cuando llegue a casa prometo guardar algo de Linkin Park, lo juro.
Le estoy pidiendo al azar que suene Chasing Cars, sé que la puse y me vendría genial porque he visto ese coche pasar y he sentido un flash. Entonces Taxi me recuerda que Los40 pinchaba pop unos años atrás y que me encantaba Perdido en la calle y que ¿por dónde andabas? Dímelo. Te he buscado por la ciudad y no te encontraba. Y ya no tengo que esperar perdido en la calle. Quizás pueda vivir sin Snow Patrol.
Han vuelto Take That. O nunca se han ido. O siempre se están yendo. Han vuelto a mis auriculares a recordarme que antes siempre puede volver a ser ahora y que ahora nunca se ha olvidado de todo lo de antes.
Estoy por llegar a casa y suena La Musicalité. Y recuerdo que se puede cantar con rabia y lágrimas en los ojos; que la gente puede irse y de hecho lo hará, y es solo culpa tuya si decides abrazar el recuerdo de quien se va o flotar alrededor de quien se queda. Estoy por recordar la primera vez que la canté. Y solo recuerdo todas las veces que la repetí después.
Iba pensando todo el rato en que ninguna canción me estropeara el camino tan ideal que me había marcado la nostalgia. Estoy llegando a casa y la última debería ser especial. Es la última y llegamos. Y suena Keane. Me encanta Keane. No me encanta de saberme todas sus canciones. Me encanta de que, joder, me encanta. ¿Podrían no parar de hacer canciones nunca? De esas que puedo redescubrir diez años después de que las publiquen. De esas que sonaban en la radio y nadie les prestó atención. Esas como esta, como The lovers are losing, que escuché sin prestarle atención la primera vez; que el título me pareció acertado a rabiar; que tuve que bautizar las primeras líneas que escribí con su canción… Como esas, Keane. ¡Qué poco me apetece llegar!
La nostalgia son solo puertas entreabiertas. ¡Benditas puertas! Darnos el lujo de mirar a contraluz de vez en cuando, sin que se den cuenta de que miramos, para que no puedan salir corriendo tras nosotros después de verlas.
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