Revista Talentos

La más maravillosa de las maravillosas historias de amor (Capitulo 2)

Publicado el 21 octubre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
El domingo fue más gris que de costumbre. Recuerdo que esa tarde escribí el primer texto, más o menos bueno,  de mi autoría. 
Me daba cierta verguenza contarle a mis amigos sobre mi enamoramiento, por lo general con ellos uno debe quedar como un hombre,  decir que ella estaba muerta por mí, que yo le hice ya se imaginarán que cosas y que me prendí un pucho al final y que y que y que. Descarté esa posibilidad. No tenía a nadie para hablar estas cosas. Tampoco la experiencia que tenía Luciano, el muchacho de barba que tenía una banda en la otra cuadra, quien contaba una y otra vez sus desengaños y aventuras a toda la muchachada que, como él era más grande, lo respetaba.  Carmela jugó sola toda la tarde. Cuando salí de mi pieza para tomar algo (si hay algo que produce el encierro en una pieza es la grave deshidratación y el crecimiento de la barba), encontré junto a los juguetes, que una vez más ella había dejado tirados, una foto de mi viejo fumándose un pucho mientras arreglaba un lavarropas semiautomático. Tal vez fue la ceguera del no saber que hacer o la sensibilidad que le agarra a uno cuando llora, pero visitar a mi viejo se me apareció como la solución a todos mis problemas. Yo tal vez todavía tenía en la cabeza la imagen del padre que todo lo puede, de papá Superman. 

Papá jamás me habló ni de minas ni de sexo ni de hacer el amor ni de preservativos.  Para darse cuenta de esto sólo bastaba escucharlo llamar yiro (con mucha y) a las muchachas que usaban pollera corta. No era el indicado para hablar de problemas de amor o de esas cosas pero después de todo, luego de lo que le había pasado con mi madre, creí que de una vez por todas podríamos correr el velo de las cosas que eran vergonzosas de hablar de padre a hijo.

Antes de contar la visita a mi padre vale la pena que aclare un poquito lo que conté tímidamente antes.  Empecemos por describir a papá.  Papá nunca fué papá, para mí y para todo el que venía a casa siempre fué Tito. El se definía como peronista de la línea conservadora popular. Trabajó toda la vida en el taller que los alemanes de la otra cuadra tenían en el fondo de su casa. Hacían miles de piecitas de metal. Yo una vez lo acompañé al trabajo y lo que más me llamó la atención fue la cantidad de canutos a medio enterrar en el patio. Tito era hincha de Racing, no hablaba mucho, no tomaba cerveza, escuchaba tango, no bailaba, no me dijo nunca te quiero ni me dió un abrazo, no apostaba, miraba películas de cowboys, odiaba la falopa, arreglaba cosas, no tenía amigos, no firmó nunca un cheque y jugaba bien al fútbol. Ah, era alto.
Se preguntarán qué le pasó a papá para hacerle lo que le hizo a mamá. Simple: Papá (en adelante Tito) explicó a la policía, mientras se prendía un Parisien y los vecinos se alborotaban por lo que le pasó a la Inés (mi vieja) , que se hinchó las pelotas. (Acabo de cometer otro error en el texto lo que lo hará inviable para su publicación: el machismo. Desde ya mis más sinceras disculpas y mi solidaridad a las personas que luchan ante este flagelo del conurbano bonaerense).
Mamá y papá se conocían desde los quince años, estuvieron seis años de novios y  casados por diecisiete más.  Durante casi todo ese tiempo vivieron el uno para el otro literalmente:desayunaban mate y tostadas, él volvía y almorzaban mirando el noticiero, a la tarde ella lo esperaba con la pava caliente, luego  cenaban callados mientras miraban la tele, Tito se miraba una película mientras ella lavaba los cacharros y se iban a dormir. Digo que casi todo ese tiempo porque luego del nacimiento de Carmela la cosa cambió, mi madre engordó y empezó inexplicablemente a hacerle la vida imposible al pobre Tito. Cada cosa que él decía ella decía que era mentira, le decía pelotudo, no le planchaba más la ropa ni la plata (si, a la mañana ella planchaba la camisa, el pantalón y la plata), desaparecieron los churrascos del menú familiar porque engrasaban la cocina, las visitas de la abuela fueron más duraderas y finalmente las cosas que había que arreglar en casa (que siempre eran muchas y que la casa me da verguenza, que esta casa de mierda y que la puta que lo remil parió) eran reclamadas constante y enérgicamente.  Pero la gota que rebalsó el vaso de un tipo aguantador, buenazo y racinguista no fue ninguna de esas. Lo que realmente pudrió todo fue una decisión decretada por mami una noche de invierno : Desde ese momento el que quiera fumar tendría que hacerlo en el patio. Pido una vez más y será una constante en el texto que si se llega a realizar “la más maravillosa de las maravillosas historias de amor, la película” cambien ésta nimiedad por algún motivo interesante como lo sería una infidelidad o la doble vida de Tito. No digo esto porque a mi me parezca una tontería lo que decretó mi madre, repito yo creo que el crimen fue justo, pero a los espectadores no les resultará creíble. Esa noche Tito se fue a dormir luego de fumarse un negro muerto de frío y de parado. Al otro día a la mañana, él mismo llamó a la policía para denunciar que su mujer estaba muerta de treintaitrés puñaladas en su cama.  Una vez aclarado el motivo de la cárcel, podemos pasar al lunes en que lo visité. Le pedí el día al viejo de la maderera y no tuvo problema. Aclaró que me lo descontaría, no me importó, sólo recé porque Carmela no se arranque ningún diente. La cárcel no tenía nada que ver con las que muestran las series americanas. Tito vivía en una especie de chalecito con huerta, acompañado por tres hombres. Tenían cocina, baño y Tv con decodificador. Cayó ahí por buen comportamiento y porque el alemán para el cual trabajaba tenía contactos. Dos de los tres eran hinchas de Racing, el restante de Boca.  Se la pasaban todo el día hablando de fobal, salvo con el de Boca, hinchas con los cuales mi padre tenía como principio no hablar de fútbol.
Me recibió con mate. Él estaba vestido con una musculosa,  medias arriba de los joggins y pantuflas.  Los primeros veinte minutos de la visita se los llevó Racing, los siguientes veinte el peronismo, los siguientes cinco Carmela y finalmente me quedaron cinco para tocar el tema de Virginia. No recuerdo bien como fue la charla sobre los primeros 3 temas, pero paso a describirlas a grandes rasgos:
Racing:  Que mal anda Racing. Que mal juegan alfútboll. Anécdotas de Corbatta, Perfumo, Maschio, Federico Sacchi, el Marqués Sosa, Palito Balay y Tucho Méndez.Peronismo: Volvimos. El riojano es un fenómeno. Yo cuando era pibe Evita nos mandaba sidra. ¿Te conté cuando lo conocí al general? Si a Isabel la hubieran dejado hacer sería todo muy distinto.Carmela: dibujos y fotos de ella.  Anécdota de la hormiga que le picó el pie. ¿Te pregunta por mÍ?.Detallo lo que recuerdo de la breve conversación sobre Virginia. No tengan miedo, les robará un minuto:
YO: - Che boludo tengo algo para contarteTITO:- ¿Sos puto?YO:  - Algo en serio, algo de minas.
Tito hizo un silencio, frunció el entrecejo, miró para otro lado y prendió un pucho .
TITO: Yo no sé nada de minas. Mirá lo que pasó con tu vieja (se rió nervioso).YO (transpirado, tomando aire y mirando a Tito a los ojos): Conocí  a una piba, hermosa. La hija de Roberto, el del banco. En realidad no la conocí posta, la vi en el kiosco de Macías, me volvio loco.  El otro día cuando pasó por la puerta de casa me mandé una cagada y ahora no me va a dar bola. Estoy mal y no se qué hacer.
GUARDIA: Un minuto más pendejo, dale que tienen que laburar.
TITO(pasándome el mate y haciendo un silencio mientras apagaba y prendia lentamente otro pucho): Mirá, yo no tuve muchas minas, tuve una sola. Yo no era el pretendiente de tu vieja más pintón, ni el que tenía un buen laburo, pero tuve una virtú: Insistí para que ese bombonazo anduviera conmigo. No me importó que mi suegro no me quiera, ni que los vecinos dijeran que era demasiada mina para mí. Vos insistile si la querés, eso es lo único que te puedo decir.
Me levanté y le dí un abrazo. Los Otros tipos miraron en silencio. El guardia apareció y me sacó medio para el culo. “un minuto te dije pibe”.  No sé si el consejo de Tito me iba a servir con la vir, pero es uno de los mejores recuerdos que tengo de él.
El miércoles siguiente me afeité. No sin mediar un reto del hijo del dueño de la maderera. Un yuppie de esos que arruinan los negocios de los padres cuando toman el control. Carmela se puso contenta de que yo estuviera sin barba porque “me pican tus pelitos cuando te doy un beso”. La había tenido abandonada estos tres días. Por la tarde le fiamos a Macías un bombón helado y  lo comimos sentados en el cordón de la vereda. Después nos quedamos toda la noche jugando con sus muñecos. Armamos un partido de once en el que la pelota era una lecherita y Bernie, el oso peludo, jugaba de nueve. Tuvimos problemas para juntar veintidós pero fueron subsanados con la oportuna incorporación a último momento de un broche azul (el manco) y una pico de loro traída del fondo. Carmela se durmió arriba mío babeandomé la camisa de corderoy.

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