Andaba en estas disquisiciones seudosociológicas para apaciguar mi rabia contra todos los chupópteros, cuando ha sonado el timbre de la puerta. Julián, el vecino del segundo izquierda, hombre de mediana edad, sabio a fuerza de sufrir, me ha pedido un par de huevos y no me he resistido a la ocurrencia en consonancia con mi estado de ánimo:–Eso es lo que necesitamos para acabar de una vez por todas con los caciques que nos sangran –le he dicho mientras buscaba en mi nevera.–Siempre indignado, David, siempre en pie de guerra. Eres aún muy joven y tu cuerpo no te pasa la factura, pero esos disgustos que te tomas a mí me pondrían la tensión por las nubes.–¿No te indignan a ti los bochornosos despropósitos que vivimos día tras día?–Pues claro, pero no me hago mala sangre.–¡Como para no hacérsela!–Tranquilo, que a los próceres insensatos que nos gobiernan un día se les rebelarán los vasallos. La historia nos demuestra que no se puede apretar demasiado la cuerda sobre el cuello ajeno.–Ojalá sea así, Julián, y pronto, que la situación es irresistible.–Confía en la justicia de este mundo. No se puede pisar sistemáticamente a otro sin obtener la oportuna respuesta –ha concluido en tono arcano, como si fuera el depositario de un secreto liberador.A solas, he meditado en las palabras de Julián y he concluido que no conozco a nadie que no se halle descontento, por no decir hasta las narices. La mecha está prendida y, en cualquier segundo, hará saltar por los aires las poltronas de la casta.
Pinturas:
Prometeo encadenado, de Gustav Moreau.
Prometeo da el fuego a la humanidad, de Friedrich Heinrich Fueger.