Revista Literatura

La medalla

Publicado el 07 noviembre 2013 por Maria Gabriela Leon Hernandez @amarlapoesia
         

Respiramos palabras

Michiel Coxie - La muerte de Abel

           Asesiné a mamá y a mi hermana. Están tiradas en el piso de la cocina, bañadas en sangre. Todo fue por una medalla de natación, por la medalla de papá. Él me la regaló cuando era niña. Soy diabética y según mamá, mi condición me limitaba para hacer deportes. Creo que  ella era quién se limitaba, no podía ver más allá de sus narices. Me trataba como a una inútil. No me dejaba hacer nada, al contrario de Lucía, mi hermana, que sí podía hacer todo lo que le viniera en gana, entre otras cosas burlarse de mi enfermedad.  Papá sí confiaba en mí. Cuando era pequeña y andaba con él, yo era una liebre brincando de un lado para otro. Ya no está. Los últimos domingos del mes lleno de flores su tumba.
    Recuerdo que papá me llevaba desde que tenía ocho años a la piscina a entrenar. Mamá no estaba al tanto. Como él era médico, sabía controlar los niveles de azúcar en mi sangre. Íbamos todos los viernes en la tarde al Club Deportivo. Allí pasábamos dos horas, nadando. Sumergirme en el agua era entrar al paraíso; me liberaba de mamá. Eso lo hicimos por muchos años, hasta que él comenzó a inscribirme en competencias y mamá se enteró. Ella estaba furiosa. No quería que yo entrenara y se peleaba con papá. Me prohibía participar y decía que no servía para nada, que era una pobre enferma inválida. Mi hermana, que era dos años mayor, me molestaba hasta hacerme llorar; yo era la pera de boxeo de ambas.
   No se me quita el olor a muerte de las manos;  las lavé  tres veces con lavandina, mis dedos son pellejos de pollo. Me cambié la ropa y los zapatos. El pantalón y el abrigo que llevaba puestos se mancharon de sangre. Los metí en la lavadora con bastante detergente. Quedaron limpios y los lancé por el ducto de la basura. Como tuve que bajar a mi perra al parque para calmarla porque rondaba los cadáveres como buitre hambriento y yo, necesitaba cambiar de color el paisaje rojo que fotografiaban mis retinas, aproveche para dejarle los zapatos al indigente que duerme allí. Es raro todo esto. Siento como si me hubiera atropellado un camión, me duele el cuerpo, sobre todo los brazos. Peleé mucho con esas dos, no lo puedo creer, yo, que soy un pequeño esqueleto ambulante. Sus gritos son cornetas de automóvil en mi cabeza. Tengo nauseas. Vomité dos veces. Necesito recuperarme antes de que llegue Luis.      No debieron haberse metido con la medalla de papá, ellas sabían muy bien lo importante que era; él la ganó cuando tenía veinticuatro años; fue su última competencia y la más importante. Cuando me diagnosticaron la enfermedad,  para él fue una caida por  “knock out”, porque siendo un campeón de natación, quería que sus hijas fuéramos sirenas. Mi hermana era una pereza vegetando en el árbol de la vida, no le interesaba nada, solo verme llorar, y yo, una enclenque personita, sin embargo, eso no fue obstáculo para mi, siempre me gustaron los deportes y a papá eso lo enorgullecía.  Mamá era Otelo en versión femenina cuando nos veía  compartiendo; al mirarnos, sus ojos enrojecidos lanzaban chispas de odio y de su lengua viperina solo salía veneno. A Lucía no la trataba mal, era su preferida;  la peinaba y  le leía antes de dormir. Recuerdo cuando papá se mudó de habitación, su absurda excusa fue que sus ronquidos no dejaban dormir a mamá. Pobre, pretendía tapar el sol con un dedo.
   Mañana es la competencia de natación y tengo que traer la medalla de oro; es la misma competencia que ganó papá por última vez; prometí ante su tumba que repetiría ese logro. El vuelo salé hoy a las siete de la mañana y Luis viene a buscarme a las cuatro. Los miembros de la delegación atlética confían en mi triunfo. Estoy nerviosa, es un reto, se lo prometí a papá, no puedo fallar. Mamá y Lucía nunca entendieron mis sueños, eran dos demonios disfrazados de brujas conspirando en mi contra. En reiteradas ocasiones, al llegar a la casa, por culpa de Lucía, no podía ir a mi habitación, porque se quedaba ahí con el cerrojo trancado de la puerta. Tenía que rogarle que me dejara entrar y cuando por fin lo hacía, me empujaba y entre ella y mamá me golpeaban con fuerza. Así me tenían por varios días, hasta que  tras mucho rogarles, dejaban de torturarme. Nunca se lo conté a Luis, me daba vergüenza que supiera que era la protagonista de un cuento de horror. Le inventaba historias azucaradas que él siempre creía. Ya no me importa lo que piense, ni él ni nadie. Lo único que quiero es ganar mañana, ser la campeona. Por culpa de Lucía, ya no voy a poder exhibir las dos medallas juntas en mi cuello.
     Esta noche, al llegar a casa, Lucía comenzó a molestarme, tiraba de mi pelo mientras yo cenaba, luego revisó la maleta que voy a llevar de viaje y desordenó la ropa. Con su voz de pito de árbitro, me decía al oído: “eres una fracasada”;  la ignoré, como siempre, no me interesaba caer en su juego macabro. Por último, preguntó por la medalla de papá, le respondí que estaba guardada, me miró con su cínica sonrisa de Guasón y sacó del bolsillo del pantalón una factura arrugada que colocó en mis manos. Al leerla, surgió de mi interior el Kraken que llevaba dormido y me abalancé sobre ella, mis manos, como dos fuertes tentáculos la sujetaron por el cabello, tirando hasta hacerla llorar. Mamá llegó y trató de separarnos,  golpeé su pecho y la empuje contra la pared. Lucia no podía soltarse, gritaba y me golpeaba para derribarme, pero yo era más fuerte. La arrastré hasta el interior de la cocina y tomé el cuchillo de carnicero que estaba en el lavaplatos, con furia lo clavé en su ojo derecho hasta extraerlo, ella se desmayó, recuerdo que continué hundiéndolo sobre todo su cuerpo hasta lograr que fuera una fuente de sangre. Mamá estaba paralizada en la entrada de la cocina, sin pronunciar palabra, me miró horrorizada, me acerqué y la sujeté por el brazo, trató de soltarse, no podía, golpeé sin parar su cabeza contra el marco de la puerta hasta pintarlo de rojo, cayó y propiné la estocada final en su corazón. Habían vendido la medalla a un anticuario de San Telmo.
   Están llamando por el portero, ese es Luis que vino por mí. Me tengo que ir. Voy a buscar lo que le prometí a papá, la medalla de oro en los cien metros mariposa. 
FinLa medalla

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Maria Gabriela Leon Hernandez 190 veces
compartido
ver su blog

Revistas