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La Mochila Torcida (5º)

Publicado el 04 enero 2013 por Siguelashuellas

La Mochila Torcida  (5º)   El Dorado

Camino de SantiagoLos primeros veintidós kilómetros me decepcionaron. En todos los sentidos. A esas alturas y después de tanto tiempo soñando con el Camino, de tanto tiempo de preparativos, de hablar y hablar con gente que ya lo había hecho y que proclamaban sus virtudes como si andar fuese la panacea a todos los males físicos y espirituales del mundo, me decepcioné.  Mi condición física no era ni con mucho lo que esperaba; y los caminos tantas veces idealizados tampoco tenían la belleza –casi salvaje- que mi cabeza había ensalzado. Y aparte de un dolor de pies inconmensurable, y de un terrible dolor de espalda que además se agravaba con cada paso, y de mi odiosa y maldita tendinitis que de vez en cuando hacía amagos de querer despertar del letargo en el que los calmantes la tenían sumida, poca cosa quedaba para contentarse.

Sólo cuando nos sentábamos a descansar un rato conseguía valorar lo que me rodeaba. Y si, era increíble estar tan cerca de la naturaleza, sentirla desperezarse a primeras horas de la mañana, ver cómo el rocío caía lentamente de los árboles… ¡que si, que si! –Admitía a duras penas- mucha belleza rodeándonos pero también mucho paisaje terroso, con poco o ningún atractivo. «A fin de cuentas mi infancia la he pasado en un pueblo y ver un burro o unas cuantas gallinas en mitad de una vereda tampoco era para poner los pelos de punta. Allí, en mi pueblo, la naturaleza, con sus claros y oscuros la teníamos tan a la vuelta de la esquina que a estas alturas de mi vida mucho me temía que habría días que impresionarme no sería fácil…»

La cuestión es que estaba crítica y confieso que en esa primera etapa no conseguí quedar atrapada por ningún canto de sirenas. También podía ser que el cansancio no me dejase ver más allá de mis narices. Mis cinco sentidos estaban en el reloj… ¿Cuántas horas llevamos andando? ¿Cuánto crees que faltará para llegar?  Y todo esto mirando el cielo, tan limpio que las nubes parecían haber sido aspiradas por ese mayordomo de la tele que siempre anda pasando algodones por cualquier superficie sospechosa de no estar impoluta. Ni una esperanzadora nube tras la que el sol pudiera esconderse un rato. Se me ocurrió pensar en frío, heladas, niebla, nieve, y yo deslizándome en unos esquís por la tierra caqui, reconvertida, según avanzaba, en nieve. Pero lo del poder de la mente no conseguía afinarlo…el sudor pegajoso debajo de mi mochila se adhería a la espalda como una segunda piel, y en una de esas escasas parada que M tuvo a bien concederme, me quité las botas para ver si mis pies habían mutado. La verdad es que me sorprendió muchísimo ver que seguía teniendo cinco dedos en cada uno de ellos, con sus uñas y todo…en fin, nunca en mis sueños de caminos pude imaginar, ni por un solo momento, que andar con nueve kilos encima pudiese doler tantísimo, y que el sol de veintidós kilómetros tuviese el poder de dar dentelladas de perro rabioso.

Albergue del PilarEntramos en Rabanal a una buenísima hora, no recuerdo con exactitud pero no serían ni las doce. Sudando a mares, con los pies tan doloridos que yo más que andar me contoneaba con la gracia de un pato. M quejándose de su mochila torcida, que ahora, después de varios ajustes bricolajeros de emergencia, empezaba a entender que la estupenda oferta mochilera que habíamos pillado llevaba gato encerrado. No había forma de enderezarla, y si equilibraba de un lado se tumbaba hacia el otro, por lo que mi visión durante la primera etapa fue esa mochila delante de mis ojos moviéndose como una garrapata deforme siempre tumbada hacia un lado.

-En cuanto me duche voy a mirarla detenidamente, a ver qué puñetas le pasa

Lo dijo ese día, y el siguiente, y el otro y el otro…y la realidad fue que el pobre llegó a Santiago con la garrapata borracha dando tumbos, aunque ni un solo día perdió la esperanza de poder recomponerla.

El albergue de Rabanal quizá fue la primera gran alegría del Camino. Allí por fin me imbuí del misterioso y famoso, y agradecido, y esperado y ansiado espíritu peregrino del que tantas veces había oído hablar.

Albergue del PilarUn florido patio atestado de macetas y color, un carro antiguo, una mesa de madera, una barra de bar, una pila de lavar, cuerdas para tender, mesas, sillas, bancos, recuerdos por todas partes, monedas de todos los países pegadas en la pared formando un original cuadro, otro cuadro con el perfil orográfico del Camino…y poca gente. Era temprano para hacer parada pero alguien tenía que ser el primero en cruzar las puertas del paraíso.  Después de tantos kilómetros cojeando el albergue del Pilar era lo que parecía, y su hospitalera, afanada en su trabajo cruzando el patio con un par de baños de plástico bajo el brazo, saludándonos con una amplia sonrisa de bienvenida, el ángel de aquel hermoso cortijo.

-¡Que tempranito llegáis…corred a las duchas ahora que no tenéis que hacer cola! –Nos dijo antes de sellarnos las credenciales-

El paraíso, ni más ni menos. Entre las piedras del patio el sol ya no mordía, y los dedos de mis pies de repente se desentumecieron. Aún antes de la ducha el cansancio tan terrible que acarreaba a la espalda cual losa de pesado granito, al cruzar la puerta pareció esfumarse por arte de magia. En ese instante me di cuenta de que tenía que aprender a dominar la mente, diría que a domarla…quizá –pensé- el cansancio no es tanto físico como mental. Entendí que no podía andar pensando en los kilómetros que aún tenía por delante, en los que iba quedando atrás, en los dientes afilados del sol, en si sudaba a mares, en levantar los brazos a cada pocos metros olisqueándome el sobaquillo…«¡que le den…si huelo ya me ducharé, si me canso ya descansaré, y si quedan doscientos kilómetros por delante…disfrútalos, que seguramente nunca jamás volverás a vivir y a sentir nada parecido!»

Albergue del PilarRabanal fue mi primera etapa completa. Vi despertarse el día, redescubrí el olvidado olor de la madrugada en el campo, recordé a mi abuelo José, campesino por los cuatro costados y al que perdí cuando yo apenas despertaba a la vida  (y juro que en el algún momento de esa larga caminata que, hasta que no llegué al punto de destino, ya descansada y limpia,  no fui capaz de  darme cuenta de que había sido tan mágicamente real y vívida que al recordarlo había conseguido hasta retener en mi nariz el olor a campo y trabajo de la vieja chaqueta que el abuelo José se ponía para protegerse del recencio de la mañana- según él nada bueno para la salud ) sentí  el paso del tiempo con todo su inmenso poder. Sentí y sentí… ¡que es mucho más de lo que en la vida diaria a veces nos permite el tiempo!

En Rabanal medité. Por primera vez medité muchísimo, pensé un poco en todo, mucho en todo, y empecé a entender el Camino. Sólo empecé a entenderlo. A dejar la impaciencia para el mundo real, a desechar y mantener en reposo las agujas del reloj…«¡aunque eso sólo hasta cierto punto porque el asunto de asegurarse camas no dejaba que la poesía echase anclas por mucho tiempo!»

  • María Penís

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