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La Mochila Torcida (7º)

Publicado el 09 febrero 2013 por Siguelashuellas

La Nochila torcida  ( 7º )   El Amanecer

Camino de SantiagoSalimos de Rabanal del Camino cuando las estrellas todavía relumbraban como inamovibles cohetes plateados. Pegadas como lapas al manto oscuro del cielo nocturno, porque aún era noche cerrada. Cerrada y fresca. Apenas distinguía la mochila torcida de M solo unos pasos adelantado, si quería verla pendular de aquella dificultosa manera tenía que apuntar con la linterna. No había paisaje. No existía más allá del haz de luz de la linterna, aunque el incombustible repiqueteo de bastones lejanos ya empezaba a perseguirnos. No había manera de alejarse de ellos.

La ineludible banda sonora del Camino.

Y a pesa del silencio, parecía mentira todo lo que podía llegar a moverse por una carretera oscura: crujir de hojas secas, chancar de hojas húmedas, la sensación –casi certera- de algún bicho inmundo reptando cerca de tus botas, ramas de árboles jugando a batirse en duelos asustaperegrinos madrugadores…hasta las briznas de hierba meciéndose bajo el aire frío de la mañana semejaban siseos extraños. La oscuridad daba miedo pero curiosamente también tenía ese puntito cabrón capaz de hacerte dudar entre desconfianza y hechizo…mi primera madrugada de linterna y fresquete, aunque una sudadera fuese más que suficiente para apañarse con el pernicioso relente de la madrugada.

Cuando salimos de Astorga ya estaba amaneciendo, pero aquí y ahora todavía era noche cerrada. Pensaba en lo vulnerables que éramos a merced de la naturaleza y de la gente. Por fortuna ya no había asaltadores de caminos, como seguramente los hubo en siglos pasados pero me dio por pensar en la Santa Compaña, en Iker Jiménez y en su mundo de cosas inexplicables…y me dio por pensar en todo esto cuando la noche aún parecía boca de lobo. Tuve la sensación, (o quizá fue que pensar en estas cosas despertó mis sentidos más adormecidos) de que mi olfato se volvió exageradamente sensible. La mezcolanza de perfumes era incontable: savia y heno, humedad y tierra, hierva fresca y madera, huertas y asfalto, menta y poleo…y humus, con cada zancada, humus.

«Saborea el momento ¡vívelo!» Es lo que hubiese dicho René, pero la verdad es que ya no necesitaba ese tipo de consejos. Mi segundo día de peregrinación y ya comenzaba a olvidar las preguntas de reloj, aquello que ya parecía de otra era: ¿Cuánto falta para llegar y cuanto llevamos andando?

« ¿Quién preguntaba esas cosas…?»

Camino de SantiagoAvanzábamos sin prisas, estaba claro que por muy tranquilos que camináramos llegaríamos a horas de encontrar camas, por lo que en cuanto las estrellas se fueron perdiendo con el primer y débil clareo de la madrugada, nos dedicamos a mirarlo todo como niños descubriendo el mundo. Un mundo, por cierto, bastante desconocido o bastante olvidado por mi. Por fortuna el paisaje dejó de ser invisible, como si la noche, al primer albor lo hubiese regurgitado. Apagamos las linternas y disfrutamos el alba como nunca antes las habíamos hecho. En pleno campo, en plena naturaleza. Fuimos más madrugadores que los pájaros, que ya empezaban a piar de forma escandalosa, «iba a decir que a cantar, a trinar, a gorjear…pero la verdad es que me parecieron píos sin ningún trino» y cuando ya estábamos bien adentrados en un camino decidimos parar a desayunar. Era agosto pero ya se sabe: en agosto frío en el rostro «Si pudiera guardarlo para dentro de un rato» Solo llevábamos andado un par de días pero la experiencia ya empezaba a ser un grado y en cuanto el sol dijera allá voy, sabía que evocaríamos el frescor tempranero casi con desesperación… ¡verás dentro de un par de horas –me dije-¡

 Pero es lo que tiene avanzar, que los paisajes, los sentimientos y las cosas del alma y el cuerpo prosperan con el tiempo al igual que los buenos vinos.


Por mesa, una piedra; y por sillas, la tierra húmeda. Ese instante no lo hubiese cambiado por nada y aunque suene trillado, lo cierto es que no hay dinero en el mundo para pagar un batido con un par de rosquillas tomados en los albores del día justo cuando empieza a abrírsete un agujero en el estómago. Gloria bendita. Y si no hubiese sido porque la banda sonora del Camino, esos tambores lejanos en forma de bastones, ya sonaban a un tiro de piedra, lo hubiésemos eternizado al menos por una horita más.

Todavía andábamos ajustándonos las mochilas cuando nuestro comedor fue invadido por una manada de bastones y mochilas con sus dueños…

Manolo el de Madrid, el muchacho de las botas rotas con el que habíamos hecho migas el día anterior «que por cierto ya empezaba a pertenecer a la prehistoria peregrina» se paró a saludarnos. Caminaba bien con su nuevo calzado -¡Como si lo hubiesen comprado para mí! –nos aclaró-

Cruz de Ferro-Nos vemos en la Cruz de Ferro- nos dijo- ¡os espero allí para despedirnos!

Y en eso quedamos. Se había unido a otro grupo. De René y del resto de la gente no sabía nada «¡esas cosas del Camino! » ayer pasamos el día juntos y hoy hacía piña con otros…en fin

-Coge una piedra para depositarla en la Cruz- me dijo M

Por lo visto, esta se alzaba en medio de una montaña de pequeñas piedras que a lo largo de los años los peregrinos habían ido depositando a sus pies con los mejores deseos y esperanzas.

«Si la tradición lo dice, la tradición manda -pensé mientras doblaba los riñones buscando una que no aumentase el peso pesado de mis nueve kilos de mochila-»

Me quedé sin agua antes de llegar a la cruz. Yo, que ya empezaba a creerme experta en gajes del Camino cometí mi primera y gran pifiada. Es increíble como funciona la mente pero cuando creía que llevaba repuestos no tenía sed, sin embargo cuando le di el último sorbo a la botella y me percaté de que no había más, la sed se quedó en mi garganta y ya no había forma de quitármela de encima…

Aunque parezca ridículo, sentí angustias. La sed llegó a ser tan grande que pensaba que podría beberme el agua de M y la de cualquier peregrino que tuviera a bien ofrecerme. No se lo dije a M hasta que llegamos a la cruz, y como no podía ser de otra manera, en cuanto supe que él si llevaba agua de sobra, al primer sorbo se me calmó.

Cruz de FerroLa Cruz de Ferro parecía una feria. Decenas de personas y mochilas esparcidas en la hierba o subiendo a depositar a sus pies un cachito de esperanza en forma de piedra. Entre tantísima gente costó encontrar a Manolo el de Madrid, pero después de no sé cuantos minutos oteando aquella marea humana lo localizamos tumbado en la hierba reposando la cabeza en su mochila, con los pies descalzos y leyendo o mirando absorto coloridos trípticos de grandes letras que se desparramaban en el suelo a la altura de sus manos: Catedral de Santiago, León, Astorga, el Botafumeiro…albergues públicos, albergues privados…Destínia «¡vaya, dónde piensa irse este si ayer no se cansaba de repetir que estaba tieso…»

En fin, nos dimos un abrazo de despedida bajo un sol que a esas alturas de la mañana, abrasaba

-Huele a tormenta –dijo M de pronto- vamos a aligerar la marcha

Cruz de FerroY ante mi asombro por esas cualidades inéditas de M como experto hombre de campo capaz de saber leer en los misterios del cielo, dejamos a Manolo Madrid de nuevo en la hierba, asándose y leyendo bajo un sol implacable, sin importarle lo más mínimo que oliese o no a tormenta; probablemente soñando algún futuro viaje, o seguramente soñando la llegada a Santiago…

No llovió pero la verdad es que aquel sol y aquella manera de asarse no parecían normales. Al amigo madrileño lo perdimos allí mismo, en los alrededores de la multitudinaria cruz. Solo habíamos pasado un día juntos pero cuando nos despedimos me pareció que nos conocíamos de muchos años atrás… ¡que cosas tiene el Camino!

  • María Penís


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