La Mochila Torcida (8º) Enigmático Desasosiego
M decía que la etapa de todos esos que nos pasaban con ansias de camino tenía pinta de ser más larga que la nuestra, así que nos dedicamos a saborear la comodidad de los diecisiete o dieciocho kilómetros que teníamos por delante.
-¡Buen Camino!
Ni sé la de veces que nos lo dijeron a modo de saludo oficial, o a modo de ¡échate a un lado que voy a pasar! Y eso es lo que hacíamos, echarnos a un lado y seguir nuestra rutina de andar, pensar, mirar el cielo, cansarnos un poco, descansar y mirar algún recoveco oculto del paisaje para dar rienda suelta al agua que bebíamos, a ser posible, en soledad. Cosa por otra parte bastante complicada pues, esto de andar en busca de una meta común, a veces, especialmente en algunos tramos, resultaba tan poco íntimo que por momentos renegabas del credo de todos los que llenaban los caminos de mochilas y bastones. Solo en los albores de la madrugadas podías sentir esa comunión con la naturaleza que seguramente buscábamos cuando iniciamos el viaje…en fin, pero estas cosas del pensar en negativo duraba lo que dura un pis pas, al momento te decías que todos, por muy diferentes que podamos parecer a primer golpe de vista, al final somos almas gemelas. Todos buscamos, o lo mismo, o algo tan parecido como podrían ser dos gotas de agua, y en estos menesteres que nos estábamos gastando venía a ser andar sin levantar ampollas ni en los pies ni en el alma; o limpiarnos ese aura que no vemos y que por lo visto se ensucia por cosas de la vida misma; o también para hablar, seguramente, hablar mucho con nosotros mismos o con la gente que tenemos más cerca…
-Mira, estamos en Manjarín
Lo dijo como si aquel cacho de tierra además del centro del mundo fuese el enclave turístico más esperado. Lo dijo como si ya hubiésemos llegado a nuestro destino, abrazado al Santo y recuperado el coche que nos llevaría a Sansenxo, tal y como teníamos planeado, para una vez allí, repantigados en la arena con los cinco sentidos puestos en el mar y en las incidencias de la luz sobre él, descansar y recordar con un ligero halo de nostalgia nuestros días de peregrinaje… en fin, que terminé encogiéndome de hombros con una indiferencia que casi lo hirió.
-Manjarín…no has oído hablar de Manjarín
-Pues mira, no
Y entonces me señaló la carretera – ¡Aquello de allí es el albergue donde vive el templario…!
La verdad: pensé que M estaba de coña, que quería echar unas risas a costa de la impresión que me llevé con las tres repentinas tumbas del camino. No era para menos, un templario, tumbas en mitad del campo, y Manjarín, un nombre que no significaba nada hasta que sacó el cuaderno de Pepe y señaló un punto en el papel para un segundo después levantar la cabeza y apuntar hacia una casa que desde mi perspectiva parecía destartalada y poco significativa. Junto al cuaderno una nota adjunta recomendaba pasar de largo: sin luz, sin agua, y suelo de tierra –aclaraba-
Una explicación un poco por encima, como suelen hacerlo la gente como M, poco dadas a entrar en detalles… y unas palabras que parecían estar leyéndome la mente: ¡no mires atrás que no merece la pena! Bastó para sacudirme el runrún de la casa destartalada que ya quedaba tan atrás que físicamente empezaba a ser un borrón en la lejanía.
«Tres tumbas con el nombre borrado, un albergue levantado de unas ruinas, un hombre que vivía sin comodidades entregado a todo el que llama a su puerta. Un hombre que por lo visto un día decidió dejar atrás su cómoda vida en la ciudad… ¿Y no merece la pena…? »
¡Qué se yo! –Volví a repetirme- ¡anda y que no le di vueltas al asunto! Al menos hasta que las vistas de El Acebo, nuestro destino más inmediato, aparecieron como una hermosa postal justo cuando el sol comenzaba a resultar pegajoso, pesado y dañino, y la imagen de un colchón y de un lugar fresco para cobijarnos pudo con cualquier pensamiento en movimiento que pasara por mi cabeza.
Descansar, descansar de una etapa corta pero intensa… y ya habría tiempo para volver a pensar en Manjarín…
- María Penís