Ella hacía correr la arena
entre sus dedos
una y otra vez
y mi mente se estremecía
con las bandadas de caballos
y pájaros salvajes.
Supe entonces que la muerte
era algo distinto, que la arena
y los animales seguirían deslizándose
en el tiempo
invariablemente.
Entonces me zambullí
una última vez en el agua
antes de volver a tierra
y a lo que me estuviera esperando
allí.