Revista Literatura

La muerte toca timbre

Publicado el 12 septiembre 2012 por Netomancia @netomancia
Mientras la lluvia caía, el anciano miraba por la ventana. La noche resplandecía ante cada relámpago que se desprendía de lo alto, con derrotero incierto. El agua se congregaba en forma de gotas del lado exterior del vidrio, y su imaginación, la del anciano, se divertía jugando con figuras que difícilmente alguien más podría ver.
El reloj de la sala acompañaba el paso del tiempo con un segundero nada silencioso. Su soledad era la de todos los días y la de miles y miles de personas. Aunque algo la diferenciaba. Era su última soledad. Lo sabía desde temprano, mucho antes que se formara la tormenta y las nubes oscuras cubrieran el cielo.
El sonido del timbre coincidió con el de un trueno. Los dos se hicieron escuchar al mismo tiempo, como si uno fuera el eco del otro, sin saberse exactamente cuál de cuál. El anciano suspiró profundamente. Al fin había llegado.
Se dirigió a la puerta con paso sereno, cuidadoso. Se había acostumbrado a caminar sin apuro, conciente que su meta era siempre llegar, no importara el tiempo que se demorara. No podía anhelar algo diferente, su salud no se lo permitía. El cuerpo estaba avejentado y las consecuencias eran cuantiosas.
¿Cómo sería? Se lo imaginaba alto, imponente, de majestuosa talla. Quizá con finos bigotes negro, una túnica oscura y el rostro pálido. El cabello corto, los ojos negros, los dedos largos y con uñas filosas. Aquella era la imagen con la que estaba seguro, se toparía al abrir la puerta.
Pero al girar el picaporte y tirar del mismo para dejar a la vista el pasillo del noveno piso, vio que allí no había nadie. Lo asaltó primero la sorpresa y luego la desilusión. Cerró con suavidad, resignado.
Al mirar hacia la ventana, sin embargo, se vio aún sentado delante del vidrio, pero con la cabeza ladeada hacia la izquierda. Se estremeció ante la imagen. Corrió hacia él mismo, comprendiéndolo todo. ¿Cómo había sido capaz de pretender que la Muerte entrara por la puerta de su departamento? ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? Ya había entrado y hecho su trabajo ni bien él había creído haberse puesto de pie.
Supo entonces que aquel estado era otra forma de soledad, ya sin retorno. Ni la propia Muerte lo mira a uno a los ojos al morir. Quizá, incluso, ni siquiera exista la Muerte con mayúscula y todo se trate de mirar una ventana en medio de la tormenta hasta que todo, de repente, llegue a su fin.

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