Marion era la mujer perfecta. Cocinaba de rechupete, pero siempre con los labios pintados de carmín. Tenía toda la casa pulquérrima, pero siempre la limpiaba con su vestido blanco. Hacía el amor de una manera salvaje que tenía a su marido la mar de contento, pero ni siquiera se despeinaba. Tomaba el té todos los días con sus amigas, pero no cotilleaba porque eso era de mal gusto. Leía a los grandes clásicos y odiaba los libros-basura. No fumaba ni bebía, no salía de juerga hasta las tantas. No veía programas del corazón. Escuchaba buena música y tenía nociones de informática, electricidad y fontanería. Conduciendo el coche era prudente y correcta, y jamás le habían puesto una multa. Hacía mucho deporte: lunes tenis, martes gimnasio, miércoles piscina, jueves (otra vez) tenis, viernes descanso. Cuidaba de su jardín con mimo, pero subida a sus tacones de diez centímetros. Siempre sonreía, nunca gritaba, jamás era celosa. No decía “no pongas los pies en la mesa” o “ya me estoy cansando de que te traigas a tus amigos a ver el partido”. Sabía combinar los colores y era una manitas con la papiroflexia. Marion escribía canciones, se entretenía con el bricolaje, iba a clases de yoga, a clubs de lectura y al café de cantantes (lo que más le gustaba era la copla). Pero ay, cuando su señor esposo le dijo que quería que tuvieran un hijo juntos, lo que le contestó. Que el pobre todavía está en el hospital del jamacuco: Las máquinas no podemos tener hijos, cariño, pero si quieres podemos tener un perro.
Reinicio el reloj de la semana e intento olvidar que mañana es lunes.
Hace semanas que los domingos me llueve aunque haga un sol de mil amores (que hoy no ha sido el caso).
Eso es porque te lo llevas tú.
Buenas noches y buenos sueños.