Revista Talentos

La mujer tatuada

Publicado el 11 junio 2019 por Aidadelpozo

Llevaba tatuada una serpiente azul celeste con líneas amarillas a modo de finos anillos, de la cabeza a la punta de la cola. Allá donde la espalda pierde su nombre, presidiendo el comienzo de un trasero digno de una diosa, el majestuoso ejemplar parecía adorar su escultural cuerpo. La cabeza de la serpiente y una pequeña parte de su cuerpo se extendían por la rabadilla, el resto bajaba por la pierna derecha, enroscándose en ella hasta rodear su muslo y llegar hasta la pantorrilla. El morbo hecho hembra.

Supuse que aquella maravilla zigzagueante era una criatura inexistente, un ser imposible, más bien propio de Zona 84, cómic que solía comprar cuando apenas tenía veinte años. Después, observando aquella bella espalda, la serpiente, la aterciopelada piel de esa maravillosa mujer y el sublime culo en el que mis manos se apoyaban, me reafirmé en que nada de lo que estaba viendo podía ser real, que todo era un sueño. Yo en mi habitación, a plena luz del día y mis ojos deleitándose con aquella visión. Ya no sabía qué mirar. Si su cabello rojo fuego, su divina espalda, la lujuriosa serpiente, mis manos en su culo, mi sexo entrando y saliendo del suyo. Cómo agradecí haberme depilado unos días antes. Lo que me hubiera perdido si mi pubis hubiese tenido vello...

Semanas antes había decidido hacerme un tatuaje con motivo de mi divorcio. Ya había tenido despedida de casado con los colegas del curro, con los mejores amigos, otra fiesta con los amigos, otra más... También tuve mi escapada con Mario, mi hermano pequeño. Decidió echarme un cable al verme tan deprimido y me llevó casi a rastras a Valencia. Playa, sol y tías. Me quemé como un cangrejo, me llené el culo de arena, casi me ahogo al caerme de una moto acuática y no me comí un rosco. Mario, el muy cabronazo no se quemó, parecía repeler la puta arena, montó en moto como quien nace encima de una y folló. Ya lo creo que folló. Así que yo, el que se supone que iba a Valencia para olvidar, me pasé ese fin de semana acordándome de la zorra de Carmen, mi ex. De haber podido, me hubiera sacado hasta los higadillos, pero solo consiguió quedarse con la casa y el coche grande. Yo, tan jodido como estaba tras enterarme de que me ponía los cuernos con Raúl, mi mejor amigo de la infancia -hijos de la grandísima puta, ojalá os estrelléis con el Mercedes- solo quise que todo acabara rápido. Así que le di todo cuando me pidió en el acuerdo de divorcio. Parece que describo una tortura, pero desde que me enteré de que los tenía más grandes que el padre de Bambi, no paré de darle vueltas al tarro y decidí terminar con aquella situación cuanto antes. Supongo que Carmen se frotó las manos cuando la llamé y le comenté que aceptaba todas sus condiciones para el divorcio.

Me quedé sin nada, pero respiré al perder su cara de vista. Con lo que tenía en mi cuenta corriente compré un pequeño apartamento en pleno centro de Madrid y seguí con mi vida. Varias juergas bañadas en alcohol, Mario a mi lado y nula suerte con las mujeres. Mi sino, por otra parte. Desde que me casé solo tuve ojos para Carmen. Había compañeras de curro que tenían un polvazo, pero yo solo veía a mi mujer. Una mujer de diez, por otro lado. Lo cortés, no quita lo valiente.

Sin embargo, no me arrepiento haber sido fiel a mi ex, pues nunca se debe lamentar ser buen tipo. Suena poco modesto, pero ya estoy hasta los cojones de medir mis palabras. No me sirvió de nada ser un buen marido, me los puso igual de doblados que si hubiese sido un cabrón, pero me gusta ser como soy. Con su pan se lo coman mi exmujer y el canalla de Raúl. Seguiré siendo un buen tío, aunque me toque tener que resetearme de este palo.

Me gustan las mujeres y me vi, de la noche a la mañana, de nuevo en el mercado y sin saber cómo cojones se entra a una mujer en pleno siglo XXI. Un tanto perdido, sin tener claro qué iba a pasar con mi vida sentimental, tras las juergas, celebraciones y la playita con mi hermano, me levanté un buen día con la idea en la cabeza de hacerme un tatuaje. ¿Motivo? Supongo que necesitaba un cambio, romper con todo, y pensé que era una buena idea. Sin embargo, desde que lo decidí, lo fui dejando, como dejé el salir de copas.

Las mujeres me miran por la calle, no estoy mal para ser un tío de cuarenta y cinco, pero no me entra ninguna. Mi hermano me dijo en Valencia que, aunque ellas también seducen, se nota que quiero y no quiero, que aún tengo un gran cacao en mi cabeza y entre las cosas que me rondan por ella, la menos importante es follar. O sea, que era un cornudo y aún creía estar viviendo un mal sueño, aunque ya tenía en mi mano los papeles del divorcio.

Pero aquel día en que me levanté con la pelota puesta en un tatuaje en el brazo, algo cambió en mí. Busqué en internet tatuadores en el centro y hace una semana pedí cita para que me hicieran uno. Mi idea era un tribal pero el tipo que me atendió, tatuado hasta las cejas, me aconsejó otro dibujo, porque, según me comentó, los tribales estaban pasados de moda. Así que salí del establecimiento con la idea de un león. ¡Un león!

Al principio la imagen no me sedujo mucho, pero conforme pasaron los días y se acercaba la fecha de la cita, me fue gustando la idea del león. La gente que me conoce afirma que tengo una mirada felina enmarcada en unos ojos de un color verde intenso. Me ha parecido siempre una mariconada que me dijeran eso pero, cuando el tatuador me sugirió el león y recordé lo que me han comentado cientos de personas toda la vida sobre mis ojos, comencé a sentirme mejor.

............

La giro con violencia, ella gime, yo jadeo.

Su melena roja inunda la almohada de mi cama como si esta sangrara. Sus carmín rojo fuego me dice "cómeme" y me lanzo a su boca. Nuestras lenguas se entrelazan, mi pene se pega a su vientre. Abre sus piernas y envuelve mi cuerpo. Lo coge, lo aprieta y jadeo mientras mi lengua lame y lame la suya. Me siento morir. Dentro de ella y cara a cara, observo sus ojos color violeta. Luego me incorporo y apoyo las manos en la cama para ver mejor su rostro. Está congestionada y sonríe. Me saca la lengua, saco la mía y nos lamemos mutuamente. Me agarra el culo y, por instinto, me pego más a ella. Mi lengua lame su cuello con avidez. Mis movimientos son cada vez más rápidos y mis jadeos más altos. Sus gemidos se acompasan con el palpitar de mi sexo dentro del suyo. Paro cuando siento que voy a correrme y continúo unos segundos después de que baja mi excitación.

Tiene tatuada una pequeña mariposa en su sien derecha, y un brazalete con motivos incas en su brazo derecho. Bajo su pecho, un nenúfar precioso. Sigo entrando y saliendo y, de pronto se incorpora y salgo de ella, decepcionado y con el gesto del niño al que han arrancado la piruleta de la boca de un tirón. Abre sus piernas y vuelve a sonreír. No me es difícil imaginar lo que pide y menos, complacerla. Su pubis, depilado por completo, también está tatuado. Una rosa roja. El único tatuaje que tiene color de todos los que decoran su hermoso cuerpo. Lamo su pubis, bajo despacio, hago que se impaciente, empiezo a hacer círculos con mi lengua, entro... Sus manos acarician mi cabello. Me alzo y la miro. Regreso a su humedad. Sabe deliciosa... Y al fin, se arquea, se convulsiona y grita.

Segundos después vuelve a regalarme su espalda. Y cuando voy a volver a penetrarla me dice "no". "¿¿Noooo??" Nunca, jamás, Dios... Nunca... nunca lo he hecho así... Con suavidad, como un crío, mi mente pensando en que eso debe ser el paraíso, mi mirada en la redondez de su culo, despacito, poco a poco, abriendo una puerta que jamás abrí... Extasiado...

Me corro como nunca lo hice. Manda huevos. A mis cuarenta y tantos. Con un parche en el brazo, un león oculto bajo él, mi mirada felina que ve mi pene salir de ese templo, la maravillosa mujer de pelo rojo que se gira, se tumba tranquilamente en la cama, extiende sus brazos hacia mí y me pide que me acueste a su lado.

-Tienes que lavarte el tatuaje a diario y vuelves a ponerte el plástico. En unos días te lo quitas. No olvides usar el jabón que te di. Cuando lo dejes al fin al aire, usa todos los días protección solar alta. Y si tienes algún problema, vienes a verme.

-¿Y si no lo tengo, también puedo ir a verte?

-Si no lo tienes, puedes venir a verme...

Por cierto, el tatuador que me atendió la semana pasada, no estaba hoy en la tienda. Mi león es obra de la mujer serpiente. La enorme sonrisa que luce ahora mismo en mi cara, también es obra suya. Ni qué decir tiene que en unos días volveré al establecimiento. Igual me animo a hacerme otro tatuaje. Lo que tengo claro es que verla a ella, la voy a ver más de una vez, por supuesto si ella quiere... No os he dicho su nombre.

Se llama Sandra.

LA MUJER TATUADA

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