“La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene el espejo redondo de la luna en su mano”.
Federico García Lorca
Naturaleza muerta, Salvador Dalí, óleo sobre lienzo, 1926.
(Sobre esta obra escribió Dalí: “Opuesta a la guitarra objeto seco, yo he pintado una guitarra blanda y viscosa como los peces. Este cuadro, influenciado directamente por Picasso, es ya la clara prefiguración de mis relojes blandos…”)
La pintura que muestra los rasgos propios de la naturaleza muerta recibió el nombre por el que la conocemos en Holanda en el siglo XVII. Esa forma de expresión, que requiere de todos nuestros sentidos para ser interpretada, se extendió por Europa creando tendencia. Objetos naturales y objetos hechos por el hombre conviven en los cuadros barrocos y comparten una misma misión: resaltar la vanidad de la vida y su fin en la muerte, resaltarla mediante el mensaje de que las apariencias engañan. Creo que es la temática de los bodegones la más enigmática de todos los géneros del arte pictórico.
La lámpara de carburo, Joan Miró, óleo sobre lienzo, 1922-1923.
(En carta a un amigo escribe ese mismo año: “estoy trabajando en figura y bodegones y dedico a ello siete horas diarias”).
Las naturalezas muertas del XVII son obras hijas de las turbulencias religiosas y espirituales de su época y su factura habitualmente lúgubre así lo demuestra, aunque existen diferencias entre las naturalezas muertas de los países protestantes y las de los países católicos. Debe la Ilustración al teocentrismo del Barroco el triunfo de la Razón en el Siglo de las Luces.
Naturaleza muerta con gallo y cuchillo, Pablo Picasso, óleo sobre contrachapado, 1911-1912.
(Recreación de las vanitas españolas. Picasso: “No he pintado la guerra porque no soy la clase de pintor que sale, como un fotógrafo, buscando algo que retratar. Pero tampoco tengo ninguna duda que la guerra forma parte de estas obras que he realizado”).
Bodegones y vanitas, hijos independientes de la pintura de interiores o de escenas de la vida cotidiana, se encargaron de mostrar en imágenes la fragilidad y la brevedad de la existencia terrenal. Los peces y las manzanas que descansan en los lienzos del XVII cargan con el peso de una fuerte simbología religiosa y moral, pero con el paso del tiempo esa carga simbólica va mutando hasta llegar al siglo XX, donde podemos encontrar bodegones que sólo son el resultado de novedosas y sorprendentes técnicas, naturalezas muertas carentes de misticismo y melancolía.
Peces negros, Juan Gris, óleo sobre lienzo, 1942.
En el siglo XX, los peces muertos y las manzanas son pretextos que permiten al artista experimentar con las formas, los colores, la luz, los materiales y los soportes, aunque hay que añadir que no todo es tecnicismo. Los pintores metafísicos italianos y los surrealistas, por ejemplo, añadieron esencias místicas a nuevas técnicas y estilos.
Si en el XVII el bodegón muestra una mesa servida con alimentos y objetos que ofrecen una imagen visual metafórica, en el XX el frutero puede mutar y pasar de metafórico a metafísico. ¿Y esto qué significa?, pues que las figuras inanimadas reflejadas en el bodegón exponen al público sus más íntimas esencias, sus propiedades, sus causas primeras.
Naturaleza muerta, Antoni Clavé, técnica mixta sobre táblex, 1960.
La escultura, por ejemplo, rescata los accesorios que antaño la acompañaban y les da protagonismo absoluto. El género de los bodegones se incorpora a la escultura a partir del siglo XX. Piedra, metal, madera, barro… dan tridimensionalidad a la figura representada, ascendiéndola a un primer plano al otorgarle identidad propia (sobre este asunto tan interesante escribiré más adelante).
Los espárragos de la luna, escultura, Max Ernst, bronce, 1935-1968.
Toda época tiene en el arte un fiel biógrafo. Si en las vanitas del Barroco los alimentos y las cosas son fácilmente identificables -el arte es figurativo-, en el siglo XX lo representado puede perder su sombra, puede mostrar sus lados a la vez, puede expandirse o comprimirse, puede cambiar su apariencia original, puede enseñar sus texturas. Puede….
Puede hacerse eco de las composiciones armónicas del pasado o puede mostrarse en un caos minuciosamente pensado. Puede ser reflejado con óleos y acuarelas, al estilo tradicional, o puede formar parte de una instalación o montaje, donde la paleta comparte espacio con clavos, cristales, papeles, plásticos….
En definitiva, el artista puede hacer lo que quiera, pues se ha liberado de las ataduras del academicismo tradicional, llevando a buen puerto los experimentos teóricos que iniciaron los postimpresionistas como Cézanne.
Naturaleza muerta, Jean Fautrier, técnica mixta, 1943.
En los bodegones del siglo XX, además de la manera en que es concebida la figura reflejada y el conjunto de la obra -no es lo mismo una naturaleza muerta surrealista que una cubista, no es lo mismo una obra futurista que una hiperrealista, por ejemplo-, encontramos que los elementos de la composición y el resultado final pueden ser ubicados en espacios no convencionales -Duchamp, Ivan Puni, Warhol, Lichtenstein…-. Pero tanto en el siglo XVII como en el siglo XX los objetos y alimentos pintados responden a su época. La sopa Campbell’s de Warhol sustituye la fina vajilla importada de China que hizo las delicias de la clase pudiente barroca. Modos de vida distintos, mas las prisas de ahora y el ritmo pausado de la vida de antaño hablan de un tiempo vivo.
Bodegón 34, Tom Wesselmann, acrílico y collage sobre tabla, 1963.
La fragilidad de la vajilla china, que revela una comida sofisticada y una larga velada, es sustituida por la sopa enlatada, que representa la comida rápida de la era industrial.
Encontramos bodegones modernos que desconciertan por su falta de ingenio, por la ausencia de artificio. Estas naturalezas muertas se convierten en piezas de museo por el mero hecho de provocar en nosotros desconcierto. En el momento en que tu mente se cuestiona si eso que observas es o no es arte tú lo conviertes en Arte. Tú haces que eso que te deja ojiplático sea Arte. ¿Quién convierte la cáscara real de un plátano en una obra de arte? ¡Tú! Si la dejas en la encimera de la cocina es basura para tirar. Pero fuera de contexto, ¡ah, amigo!, el asunto cambia. En una galería la cáscara de un plátano no está tirada, está expuesta y, por tanto, el plátano es un Plátano.
Huevo en soliloquio, Jean Tinguely, relieve meta-mecánico, 1958.
Los pintores barrocos encontraron motivo de inspiración en jarrones, frutas, flores, conchas, mapas, relojes, piedras, libros, monedas, joyas, vajillas, aves desplumadas o sin desplumar, liebres colgadas de ganchos, ciervos con tajos que muestran sus tripas, peces que conservan el brillo de sus ojos muertos, cuchillos y cestas sobre manteles de brocadas telas… Objetos y animales fueron usados por ellos para representar el vacío, la nada, la vanidad de la vida.
Las vanguardias encontraron en la naturaleza muerta una veta de oro que les permitió la experimentación desde un punto de vista estético y técnico. El motivo de interés de los artistas del siglo XX no estaba ni en los objetos ni en los alimentos presentados en los lienzos barrocos, pues los alimentos y objetos reflejados no tenían nada de extraordinarios, no eran más que cosas que formaban parte de la vida cotidiana de entonces; cosas, eso sí, cargadas de simbolismo religioso (para los católicos) y social (para los protestantes).
Naturaleza muerta, José Manuel Ballester, impresión sobre dibond blanco con lacado satinado (ampliación fotográfica en papel Kodak), 1989.
Los artistas del siglo XX tampoco están interesados en rescatar metáforas pasadas. Su interés por los bodegones es más terrenal, tiene que ver con la esencia de las vanguardias: la innovación. Ellos se fijan en la composición, en el conjunto, en la relación entre las formas, la luz y el cromatismo usado en la naturaleza muerta barroca. Es la parte que muestra la naturaleza de las cosas su fuente de inspiración, no lo la obra cuenta.
¿Están distorsionados los objetos reflejados en los bodegones modernos? Pues casi siempre sí, pero también están conectados. La composición muestra una imagen visual en la que todo está interrelacionado. No son bodegones anárquicos. Son bodegones con facturas sorprendentes que ofrecen imágenes visuales que pueden incitar a la reflexión, o sólo exhibir virtuosismo técnico, o ambas cosas a la vez.
Naturaleza muerta, Giorgio Morandi, óleo sobre lienzo, 1948-1949.
En la naturaleza muerta, tanto antes como ahora, las obras reflejan las ideas del artista y de su tiempo, reflejan, incluso, gustos culinarios de lugares y grupos sociales concretos. Las figuras inanimadas pueden ser o no fácilmente reconocibles, pero en todas ellas hay secretos que descifrar, pues se trata de arte y no de imitaciones.
La guitarra frente al mar, Juan Gris, óleo sobre lienzo, 1925.
(Gracias a la diferencia de planos y de escala hay algo mágico en este escenario donde la naturaleza muerta convive con la vida que pasa más allá de la ventana).
Afirmaba el historiador de arte suizo Reinhold Hohl (1929-2014) que el género de la naturaleza muerta no es más que la muestra “de la realidad y de la ilusión, de el Ser y de la Apariencia”. No perdamos de vista que la naturaleza muerta, como género artístico, tiene su origen en las ofrendas que los antiguos griegos hacían a sus dioses.
Naturaleza muerta con silla de rejilla, Picasso, óleo, tela encerada, papel y cuerda sobre lienzo, 1912.
Estas reflexiones sobre los bodegones en el arte del siglo XX completan la información recogida en dos entradas que escribí para este blog y que te animo a visitar: La buena mesa en el Barroco. Los bodegones de Clara Peeters y Las flores y el Siglo de Oro español. Pintura barroca.
A continuación dejo una pequeña galería con una selección de naturalezas muertas del siglo XX. Podrás apreciar cómo los ismos otorgaron libertad de expresión al género que unos siglos antes nacía en Holanda arropado por el claroscuro.
El bodegón, antes y ahora, es paje al servicio del espíritu del tiempo.
GALERÍA
Naturaleza muerta, Fernand Léger, óleo sobre lienzo, 1922.
(Naturaleza muerta apuntando al Futurismo).
Botellas y vasos, Pablo Picasso, óleo sobre papel montado sobre lienzo, 1911-1912.
(Naturaleza muerta cubista).
La raza blanca, René Magritte, óleo sobre lienzo, 1937.
(¿Acaso no es cierto que los alimentos han perdido su olor? ¿Acaso no es cierto que sin olor no hay sabor?)
Pastelería, Cales Oldenburg, 1961-1962.
(Oldenburg busca motivos que representen la vida urbana. Dice que sus postres, presentados de forma realista, despiertan en el espectador deseos de consumo. Dice que de esta forma provoca tensión entre los bienes comestibles y el artificio).
La gran cena española, Miquel Barceló, técnica mixta, pigmentos y látex sobre lienzo, 1985.
Naturaleza muerta, María Blanchard, óleo sobre lienzo, 1917.
Naturaleza muerta, Luis Fernández, óleo sobre pavatex, 1961.
Naturaleza muerta, Alexandra Exter, collage y óleo sobre lienzo, 1913.
Bodegón con dado, Paul Klee, acuarela, tiza y tinta sobre papel adherido a cartulina, 1923.
(Escribió Klee: “Hoy en día representamos la realidad que hay detrás de las cosas visibles, por tanto expresamos nuestra creencia de que el mundo visible es un mero caso aislado en relación al universo ya que existen muchas otras realidades latentes”).
Bodegón con langosta y rábanos, Cagnaccio di San Pietro, óleo sobre lienzo, 1938.
Naturaleza muerta, Tom Carr, madera, cristal y diapositivas, 1956.
(Instalación)
Bodegón, Victoria Civera, vinilo y óleo sobre lona, 1991.
Tres cabezas de cordero, Pablo Picasso, óleo sobre lienzo, 1939.
Mata el gos, Antonì Tápies, óleo y técnica mixta sobre lienzo, 1974.
La entrada La naturaleza muerta en el arte del siglo XX. se publicó primero en El Copo y la Rueca.