LA NAVIDAD
Se dice que los tres males de nuestro tiempo son la prisa, el afán de éxito y el ruido. Yo no sé si son solamente estos tres, o hay más. Seguramente se pueda hacer un elenco más preciso. Por la misma razón, también podemos hablar de las bondades de nuestra generación: una mayor sensibilidad, una mayor concienciación social, una mayor libertad. Tampoco lo sé con exactitud. Quizá haya de todo un poco, como en botica. Cada época piensa que es las más singular de todas; y cada generación se redescubre a sí misma como la mejor de las posibles (incluidas todas las anteriores); o la peor, que todo puede ser. Pero, desde luego, no “una más”. A mí me gustaría detenerme ahora en la Navidad: eso que constituye el núcleo de lo que se supone son las “fiestas de invierno” como candorosamente se las quiere llamar; y que ha perdido fuelle hasta convertirse en un producto de la sociedad de consumo, que tanta frustración y melancolía produce, en no pocos, ante las ilusorias expectativas artificialmente creadas. Como alguien me comentaba, en cierta ocasión, es la gran desilusión o la oportunidad perdida. Aunque, también se puede ver al revés (o derecho).
Charles Moeller, en su magna obra “Literatura del siglo XX y Cristianismo” hace una cita de Joseph Malègue. Es de esas frases apabullantes, intuitivas. “Lejos de serme Cristo ininteligible, si es Dios, es Dios quien me resulta extraño si no es Cristo”. Se ha dicho, y no sin razón, que el ateísmo es un producto típico del cristianismo, y que para ser ateo se precisa saber teología. La era del postcristianismo no tiene futuro: ante el laicismo relativista rampante, somos pan comido frente al embate de primitivas formas de fe, porque todo se convierte en un absurdo sin sentido, en una irracionalidad que clava como estaca a quien se asoma a su abismo. Si se deshuesa la Navidad de su médula -la iniciativa de Dios que viene a jugarse el tipo y correr la misma suerte que nosotros, en nuestro propio terreno-, no quedan más que los irrisorios esperpentos del “caganet” o del “papá nöel”.
Pero la Navidad nos habla de algo tan sencillo como el nacimiento de un niño, en el seno de una familia pobre y trabajadora, en una aldea perdida del gran imperio del momento. Una criatura desvalida, necesitada de cuidados, que gime, llora, mama y ríe como todos los críos. Un Dios que viene para que yo vaya. No son teorías, lecciones sapienciales, magisterio del que está por encima del común de los mortales. Nos dice, en su sobriedad, que el paradigma del hombre moderno, autónomo, encapsulado, solitario en su solipsismo, no es más que un espectro que vaga sin rumbo en la liviandad de la vida.
Si Malègue tiene razón, la Navidad es novedad, a pesar de que pretendamos achicarla con nuestras mendacidades. Mientras el hombre busca su yo, el Dios cristiano busca su tú. Y la Navidad se convierte en el gran regalo de Dios.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad