Estos días de vacaciones voy de trabajo hasta el cuello y más arriba. La Santa Infancia me echa una mano y, cuando tengo que trabajar en casa, se cojen a la Nena y se la llevan de festival religioso. Desde el Viernes Santo, cada vez que ve un velo blanco, se reverencia y pronuncia con gran claridad “Amen”. Tóma ya.
El caso es que la Santa Infancia anda estos días mosca con el tema de la educación religiosa de la Nena. Ellos están convencidos de que debería bautizarla en una iglesia ortodoxa. “Ella es abeshá”, señalan con rotundidad. De allí deducen que lo más lógico es que profese la fe ortodoxa. Dos y dos son cuatro. Mientras me explican estas cosas, yo pienso que tendríamos que ser más protestantes, y haberlos convertido a todos años ha.
Ajenos a mis indicaciones, han comenzado a evangelizar a la Nena. A lo bestia. La cocinera de la Santa Infancia ha dado instrucciones precisas: en cuanto me descuido, se la llevan. Coge a la Nena y se recorren el comedor, donde hay colgados varios cuadros de santos etíopes. Delante de cada uno, se reverencian ambas dos y dicen “Amen”. Cuando acaban la ruta, le da de merendar shiro-wot. Madre de Misericordia… Amen. Arcángel Miguel… Amen Y así.
Con esta preparación, cuando llegó el Viernes Santo, la Nena estaba plenamente concienciada. Yo no fui con ella porque, como digo, estaba currando. Así, con las mayores de la Santa Infancia, se metieron en nuestra parroquia que sigue a rajatabla el rito católico que es bastante igual al ortodoxo estos días. La Nena se pasó toda la mañana tirada por el suelo de la Iglesia, mientras los parroquianos procedían con sus reverencias penitenciales. Sólo que dicen que la Nena hacía mucha gracia, porque pone el culo en pompa, y de vez en cuando gritaba “Amen”, y claro, a los demás se les escapaba la risa. El párroco no estaba todo lo contento que hubiera debido por la presencia de la Nena en un acto tan ceremonial.
Sólo salieron de la Iglesia para cambiarla y ponerle las manoletinas con un vestido monísimo de pana que tiene y una camiseta del decatlón que colisionaba cromática y estilísticamente con todo lo demás. Por supuesto, le plantaron hasta el netelá (velo blanco).
“Ha aguantado toda la mañana”, resumieron cuando me la devolvieron a la hora de comer. “Deberías aprender de ella”, completaron.
En los juicios de adopción en Etiopía, el juez te pregunta si te comprometes a criar a tus hijos en el conocimiento y respeto de las tradiciones y la cultura etíopes. Tienes que contestar que sí. A mí, ya entonces, me daban ganas de contestar “qué remedio, señora, qué remedio”.