Revista Literatura

La niebla

Publicado el 24 noviembre 2013 por Netomancia @netomancia
La niebla sobre la pradera era su única salvación, pero aún quedaba por delante el bosque. El galope del caballo era salvaje y torpe, como sus manos, que apenas podían conducirlo. Podía escuchar los gritos a su espalda, casi arrancados de una pesadilla, extirpados de una noche fantasmal.
En vano miró por sobre su hombro, la imagen lo aterró aún más. Los esqueletos que montaban los pura sangre parecían reírse con las mandíbulas exageradamente abiertas mientras bladian al aire sus largas espadas, que así, contra el cielo negro, parecían relámpagos apuntados hacia las estrellas.
Cruzó el arroyo y supo que estaba a mitad de camino y que cuando llegara la niebla, otra sería su suerte. Allí se perdería de la vista de sus perseguidores. Conocía el camino de tal forma que estaba seguro de poder galoparlo con los ojos cerrados. Pero debía llegar...
Sintió algo que pasó silbando por encima de la oreja izquierda y luego, el sonido inconfundible de una flecha clavándose en un árbol del sendero que delimitaba el bosque. Sus esperanzas de llegar a salvo se reducían, las flechas comenzaron a surcar el cielo.
Recordó los consejos de su padre, cuando era apenas un niño y la campiña parecía un extenso jardín donde pasaban horas y horas entrenando.
- Nunca vayas en línea recta. Muévete, no te quedes quieto. Muévete.
Con firmeza movió las riendas y el caballo fue de un lado a otro, sin desacelerar un segundo. Era vital mantener la carrera y al mismo tiempo, moverse de derecha a izquierda, pero sin seguir ningún tipo de patrón. Debía ser imprevisible, contar la ventaja de lo imprevisto.
La pradera estaba cada vez más cerca, podía incluso ver el manto blanco de la neblina, estirándose a lo largo de todo el horizonte, como si allí comenzara otro mundo totalmente diferente. En su caso, así lo creía. Aquella blancura en movimiento, lento y parsimonioso, era la diferencia entre la vida y la muerte.
Una de las flechas se clavó en el flanco derecho de su animal. Con rapidez, la arrancó y la arrojó al camino. Pudo ver con nitidez la punta de metal desprendiéndose de la piel, arrastrando consigo un buen caudal de pelaje y sangre. El caballo hizo saber su dolor, encorvándose apenas un momento, para luego proseguir su marcha instintivamente, entendiendo que demorarse era lo mismo a morir.
Por un instante pensó que rodarían sobre la tierra, pero el galope se mantuvo firme y constante. La niebla estaba a menos de doscientos metros.
La voz de su padre retornó a sus oídos, casi como si lo estuviera escuchando con esa veneración tan propia de cuando uno es pequeño y confía ciegamente en lo que enseñan los grandes.
- No temas a la niebla, pues la niebla es una puerta. No es lo que crees que es, sino lo que quieres que sea.
Un golpe de riendas apuró aún más las patas del animal, en un esfuerzo como jamás había visto.
Varios cuervos sobrevolaron la noche, deseando el peor de los finales. La luna se ocultó detrás de un cúmulo de nubarrones grises. Pero delante de sus ojos, la neblina se agigantaba, crecía como un mostruo ingobernable. Pero en sus fauces, sabía, estaría a salvo. Los dos, él y su caballo.
Miró por última vez hacia atrás y luego, la niebla se lo tragó.
Siguió galopando, sin temor al camino. Se aferró a las riendas, mostrándole firmeza al animal, que corría a ciegas. Pero él sabía donde debía dirigirlo. Poco a poco, los gritos que lo seguían se fueron apagando. De un momento a otro, el único galope era el de su caballo. La niebla se extendió un buen rato más.
Cuando se disipó, el panorama era otro. Los esqueletos jinetes estaban delante suyo y el que los perseguía era él. 
Los gritos, salían ahora de su garganta y el terror se había apoderado de esos seres de huesos, que sin entenderlo, huían por la supervivencia.
El guerrero sonrió con malevolencia y sacando de la montura su espada, la hizo girar en el aire para luego asestar el primero de los golpes, desarmando por completo la endeble estructura ósea de su víctima inicial.

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