He bromeado con que la niña come como si no me quisiera.
Come muy bien, gracias a Dios. No solo de todos los grupos alimenticios, sino que come algunos alimentos que por este lado del mundo no son, generalmente, bien acogidos por las criaturas: ajo, cebolla, brócoli... Algunas verduras, como la zanahoria, las deja si tiene otra opción, pero si no hay más y tiene hambre, las come sin problema. Tampoco le gustan los trozos de carne: come carne molida, deshebrada o en pedacitos pequeños, pero apenas prueba un buen bisteck o una chuleta; creo que se cansa de masticar... Como todo el mundo, hay cosas que de plano no le gustan: hace varias temporadas no come alimentos preparados con crema, no come queso excepto en la pizza, ni frijoles solitos -en pan o en tortilla, sí-; el atún, nada más muy frito. Come buena cantidad de todo lo que es deseable y más procesados y postres de los que debería, pero nada escandaloso.
No se pasa con los procesados y los postres porque ahí estamos. La primera vez que le di cereal -de caja, del que es chatarroso-. Yo tenía la idea de que las criaturas se regulan a sí mismas y, si ella pedía más, sería porque su cuerpo estaría bien con más, así que le di más y más y más y más y lo vomitó por la noche. Efectivamente, es una manera en que el cuerpo regula y las criaturas van aprendiendo, pero preferí que no aprendiera de esa manera y cuando ya es bastante de algo como "cereal", le ponemos alto. No le ponemos alto a cosas como las naranjas o las manzanas. A su edad, todavía puede servirse esos carbohidratos con cuchara grande.
Esto no quiere decir que coma bien absolutamente todos los días de su vida, mañana, tarde y noche; pero el que una mañana o una semana coma poco o se ponga quisquillosa, no creo que sea suficiente para quitarla de la categoría de "niña que come muy bien".
Considerando que el "comer bien" de las niñas y los niños se vive con frecuencia como una complicación en las familias, creo que tenemos suerte. Me encantaría decir que se debe a la educación que le hemos dado o a nuestra dinámica familiar; pero, la verdad, es suerte más que otra cosa. Suerte y mi actitud relajada al respecto. Yo no me preocupo si un día no quiere cenar, ni le doy importancia a que no quiera tal cosa que preparé; no problematizo que se conduzca en la mesa como cualquiera se conduce y veo que muchas mamás -no he visto papás- sí se preocupan -enojan, incomodan, etc.-. Ya para cuando me preocupo es porque han pasado varios días en que come poco y la preocupación es porque eso invariablemente señala que está enferma o en una sobrecarga sensorial: la preocupación es por la enfermedad o la sobrecarga sensorial.
Silvia Parque