La niña corre. No le gusta ver a la abuela enferma, le gusta la idea de la mujer fuerte que tenía ese sensor de tristeza y llamaba mágicamente cuando era necesario. Siente una terrible culpa, así que corre. El coche la sigue por detrás mientras el conductor piensa que no es posible que una niña tan pequeña pueda correr tanto. Corre muchisimo. El cuerpo le manda señales difíciles de leer como la pierna que quema, el ardor en la planta de los pies, los pulmones que le aprietan o el brazo izquierdo que se siente raro. Se pregunta si será suficientemente importante para detenerse, como la niña que no se detuvo y que le dio un ataque en plena caminadora.
La comida es un poco así, se sienta tres horas jugando competencias con mamá, a ver quien se cansa primero y remueve el pollo con el tenedor hasta que se hace viejo y mastica las cosas 500veces, desaparecen incluso dentro de su boca sin tragar, la boca es una cueva misteriosa que guía a otra dimensión, eso o aventar los pedacitos de pollo al gato carey, quien sólo gustaba de la cajeta o el reseñó cremoso de los twinky wonder. Gato traidor.
Estos pequeños maratones le dejan la costumbre, no le gustan los caminitos fáciles, no digas que tienes mala suerte dicen. Se ha acostumbrado a llevar la espada presta a la pelea. Solo los peces que están muertos van a favor de la corriente.