Revista Diario

La noche del primer día.

Publicado el 06 octubre 2011 por Jans_braender @jansbraender

(este es mi compromiso de escribir una historia larga, aqui dejo el primer capítulo, veremos si lo cumplo)

Empezar otra vez. Simple, sencillo. Morir otra vez no debería dolerme ya, cansado como estoy  después de tantas veces.

El olor a lavanda del jardín despierta mis sentidos, aunque no tanto como el calor que en mi piel provoca este sol otoñal en sus últimos rayos del día. La puerta entreabierta y la valla rota no parecen demostrar mi respeto por mi propia propiedad privada.

Hace cinco años, o quizás un poco más, respirar hondo no me libra de los recuerdos.  No es tiempo para llorar, debería haber llorado hace una eternidad, no se llora por los muertos que dejaste morir en la propia indiferencia. No tiene sentido.

El jardín es una selva descuidada, las plantas crecen  sin orden, desgreñadas, salvajes, mostrando su rebeldía, su rencor ante mi olvido. Sé que me costará mucho tiempo y trabajo que este desastre vuelva a ser el vergel que era cuando tú vivías aquí.

Tú, por primera vez te menciono, vuelves a mi cabeza, después de estos años jugando al escondite con tus recuerdos, ocultando tu existencia, en mi cabeza.

Ha sido suficiente que vuelva aquí para que te recuerde. Pronto anochecerá, y no sé si es buena idea  dormir aquí en la primera noche. La primera noche, ponerle un ordinal me obliga a pensar cuantas noches seré capaz de estar aquí, sin ti, sin ti pero con tus recuerdos rodeándome a cada paso que doy.

Apuro el cigarrillo en el porche, mirando más allá del jardín, de la valla, hacia la playa, el mar rompe tranquilo en el cambio de marea, mojando otra vez la arena seca. De repente siento algo parecido, soy como arena seca mojado de nuevo por la marea. Debería congelar ese pensamiento, debería dejar que mi cuerpo húmedo, empapado se rinda a la cruel evidencia, no es tan fácil empezar de nuevo. Morir vuelve a doler, cierro los ojos, apago el cigarro y lentamente entro en la casa con la única compañía de mi pequeña bolsa de viaje.

Dentro huele a humedad, a indiferencia y tiempo parado. Corro cortinas, abro ventanas, dejo entrar el aíre fresco, en la casa y en mis pulmones.  Sería capaz de recorrer cada rincón a ojos cerrados, a oscuras, solo guiándome por el tacto y los recuerdos.

El dormitorio, tu reino, incluso todavía está abierto tu último libro de cabecera, abierto en la página 18  y marcado en lápiz una frase del mismo libro “What is it about men that makes women so lonely”* ¿así te sentías? ¿Así te sentías cuando sentada en la silla del porche dejabas pasar las horas, los días dedicándote únicamente a escuchar el mar, a dejar que te acunaran los sonidos en esta parte de mundo.

Una de cada cuatro mujeres sufre una severa depresión en los doces meses siguientes al nacimiento de su primer hijo, sentenció el psiquiatra cuando le visitamos. Tan fácil como eso, eras un miembro de ese veinticinco por ciento, trivializarlo, hacerlo simple bajo el sencillo diagnóstico de depresión post parto no nos hacía menos desgraciados.

No saber qué hacer, como comportarme, como ayudarte, me hicieron empezar a alejarme de ti, tu indiferencia hacia mí se convirtió en odio, odio a la situación, incluso podría decirte que incluso  comencé a odiarte, mientras tú te encerrabas en ti misma cada día más y más.

Nuestro hijo, creció ajeno a todo, ajeno a mi odio y tu indiferente silencio. Al final del segundo año, yo era incapaz de cuidar de ambos. Tu familia y yo- debería decir que más fue tu familia, porque por aquel entonces yo me sentía incapaz de tomar ninguna decisión- decidimos que era mejor que él creciera en casa de tu hermana, con sus primos, mientras tú te recuperabas o hasta que tú te recuperaras.

Te conocí cuando acababas de cumplir 24 años, y yo tenía ya más de 30. No fue una escena de amor de esas que gustas de contar a tus amigos, fue un encuentro casual, normal, de esos que pueblan los millones de historias de amor que cada día ocurren en todas las partes del mundo. Chico conoce a chica y no siente el amor, sino la necesidad de volver a verla, para comprobar si ese sentimiento de idiota felicidad no es solo fruto de un enamoramiento pasajero.

Con los años comenzamos a idealizar como nos conocimos, delante de la gente, adornábamos los detalles, nos colocábamos como personajes de cualquier película de Woody Allen, con diálogos ocurrentes, con frases memorables, con las miradas cruzadas llenas de fuego y pasión.

Era de noche, y yo como fiel escudero de Jorge, recorría a su lado la desesperada melancolía alcohólica de un hombre separado. Noche fría de febrero,  Jorge había dejado a su mujer, o su mujer le había dejado a él después de las navidades de aquel año. Tercer o cuarto whisky en la barra de ese bar, y tú allí, con tu hermana, descubriendo la ciudad sin entrañas, con un par de vodkas en la mano. 

No sé porqué me quedé a terminar la última copa cuando Jorge ya se había marchado cuando descubrió que era tarde y estaba más borracho de lo que quería admitir. Sólo entonces cuando él se marchó te acercaste a mí. Una educada presentación, hablamos de la ciudad, tú con tu acento nórdico y extranjero, yo sumergido en tus ojos azules sin darme cuenta de la hora.

Cerré el libro, pero en un movimiento tonto, inútil, y casi desesperado marqué la página, por si alguna vez lo vuelves a leer, como si eso fuera posible.

Miré la cama, si la habitación era tu reino, la cama era una especie de trono, trono huérfano de su regia majestad. Sabía que sería incapaz de dormir esta noche,  pero no iba a postergar más días esta primera noche.

En la alacena del salón todavía quedaba restos de botellas de alcohol, cogí la botella más añeja que encontré, un escocés de veinte años, y mientras me tumbaba desnudo en la cama anestesiaba los recuerdos en whisky.


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