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LA OCARINA
Otra caída más como aquella y acabaría K.O (un riesgo que le gustaba correr). Pero Gabriel no era ya precisamente un jovencito y lo sabía. Su extraña pasión por instrumentos musicales antiguos de todas las culturas, le llevaba siempre a parajes de lo más recóndito y en solitario, y cada vez se notaba más torpe.
¡Hacía siglos que no contemplaba una ocarina de tal calidad! Lástima que duendes y hadas se hubieran extinguido. El mundo era mucho más acogedor por aquel entonces.
Cogió con veneración aquella pequeña pieza agujereada, mezcla de hueso y barro, y leyó la inscripción que había en el grabado de la parte inferior, mientras sus labios soplaban con ternura mística para dar vida a las notas.
Runas y música ancestral. Baile de sonidos y escalas tónicas imposibles. Magia y belleza. Alegría y tristeza.
Hermandad con el viento, la lluvia, el sol y cualquier elemento. Naturaleza viva dispuesta a brillar.
Así era siempre su música. La que el arcángel Gabriel arrancaba de cada instrumento que pasaba por sus manos.
No pudo evitar que dos lágrimas resbalasen por sus mejillas rebeldes. Un gesto tan humano que hacía peligrar su propia esencia angelical.
Afortunadamente, las letras regresan de vez en cuando a mi vida y no pienso renunciar a ellas, si puedo evitarlo.Te lo contó Rebeca.