La verdadera paradoja de toda esta historia, aplicada a nuestros días, es lo poco que aprenden nuestros gobernantes de aquello que tienen a dos palmos de sus narices. En nuestro país, el Ministerio que rige los designios federativos del fútbol, y del deporte en general, es el mismo que ha gestado la famosa Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) que se aprobó en el consejo de ministros del pasado viernes. Esa Ley que, en lugar de pasión e identidad social, ha generado rechazo unánime y desazón. Y todo, a mi juicio, porque a diferencia del deporte, nadie ha sabido, ni en España ni en el mundo, orientar la educación verdaderamente hacia el logro. Desde hace muchos años (y ahora con la LOMCE será peor), el esfuerzo en materia educativa se ha centrado en que las cabezas de los niños y niñas estén llenas de contenidos y, por supuesto, en evaluar, mediante exámenes y pruebas de diagnóstico, que sea así por los siglos de los siglos. En definitiva, que las cabezas 'pesen' bastante, de forma que cuanto más 'pesen' más valor adquiere su educación en el futuro mercado laboral. Es como si, utilizando de nuevo el simil futbolístico, el presidente de un club estuviese esperando a recibir el trofeo para tasarlo y venderlo por su peso, ni siquiera dándole valor al trabajo artesano de orfebrería de que dispusiera el diseño de la copa, o lo que es peor, que decidiese qué trofeo le interesa ganar a su equipo en función del peso que tuviera. Tan absurdo y digno de lástima lo uno como lo otro, ¿verdad?.
En educación, nadie se ha detenido a pensar que, como en el fútbol, la verdadera dimensión social y económica (individual y colectiva) está en el camino y no en el fin. Y por supuesto que hay muchas diferencias entre la formación integral de una persona y un simple juego de pelota, así como que nadie infiera de mis palabras que propongo hacer de la educación de nuestros hijos e hijas un producto de merchandising. Pero no me cabe la menor duda de que variando, al gusto del Gobierno de turno, un par de asignaturas intrascendentes del currículum o introduciendo reválidas que siguen evaluando lo mismo (conocimientos), difícilmente mejorará la educación, su calado social y su orientación hacia el supuesto logro de la empleabilidad. A mi juicio, la educación debería orientarse a las metas y a los objetivos de cada niño y niña; convertirse en el proyecto de vida de cada uno/a de ellos/as, supliendo y compensando sus déficits socio-culturales de origen y ajustándose a sus pasiones y talentos individuales. Una educación a la carta que sitúe en la sociedad a cada estudiante en función de sus potencialidades innatas. Igual que a ningún entrenador de fútbol se le ocurriría, salvo urgencia, alinear en un partido decisivo al portero de delantero o viceversa, simplemente porque a cada cual se le obtiene mayor rendimiento en aquella posición que encaja mejor con sus habilidades y su preparación, en la escuela deberían existir 'entrenadores' que fuesen capaces de detectar en 'qué posición jugará' cada niño/a dentro de la sociedad que les tocará vivir en el futuro. Y orientarle y guiarle hacia ese logro, un logro tan singular, único e irrepetible como la identidad de cada cual.Soy consciente de que muchos/as de vosotros/as pensaréis que esto es imposible, que personalizar la educación es inviable, y no me sorprende, porque seguimos pensando en hacerlo bajo el paradigma homogeneizador del sistema escolar actual, aquel que interesa perpetuar a las instancias educativas y a parte del profesorado. Sin embargo, en un sistema educativo en el que las nuevas tecnologías se implantaran para generar verdaderos cambios metodológicos y pedagógicos, que estuviese abierto a la innovación y la creatividad para generar instrumentos que optimizaran al extremo el proceso de enseñanza-aprendizaje, en el que se ampliara la cuota de participación de las empresas para que invirtieran en talento desde las primeras etapas educativas ('haciendo cantera'), sería posible adaptar algo tan cosustancial a la identidad de cada ser humano como su educación y su crecimiento personal (y además hacerlo sostenible). Orientar al logro la educación es algo que pide a gritos nuestra sociedad, con más fuerza si cabe que celebra los títulos de sus clubes de fútbol, títulos que en ambos casos, sí que tienen un mismo destino, ser colgados en la pared o encerrados en alguna vitrina. Curiosa coincidencia.