Revista Literatura

La otra ganadora.

Publicado el 30 julio 2011 por Marga @MdCala

Se llamaba como todas las demás: Ama de casa de mediana edad. Sin saber cómo (o sí), se enganchó de mala manera a la última edición -la más vista de todas- del programa Supervivientes y ya no pudo escapar de su adicción.

Desde el minuto uno se identificó con la finalmente ganadora y se mimetizó con sus usos y costumbres: fue perdiendo el poco apetito que le quedaba tras años de vacío y desapego, de rutina y desidia, de esfuerzo sin recompensa, y adelgazó. Seis kilos en tres meses… no era el logro de su superviviente favorita, pero para ella era toda una meta conseguida, después de muchos vanos intentos. El hastío del diario siempre lograba meterle en la boca más azúcar del necesario, en un último intento por endulzarse la desgana.

Dejó de importarle que no la saludara al llegar, ni al marcharse. Que no la tocara más que para descargar. Que sólo replicara cuando la comida estaba sosa. Que la sobrecargara de responsabilidad con los rebeldes niños, mientras él se mantenía ajeno entre goles. Que no la invitara a cenar o a realizar aquel eternamente prometido viaje. Que le echara en cara lo mucho que trabajaba para ella (¿?). Dejó de importarle que no la viera…

Y se sumó a las continuas consecuciones isleñas de su favorita. La sentía hermana de éxitos y fracasos y le aplaudía desde el roído sofá de su salón, cada vez que se mantenía allí, semana tras semana, como la heroína que necesitaba para imitar. De la concursante, anteriormente, sólo sabía que era hermana o cuñada o esposa de alguien… ¡qué más daba! Ahora era una superviviente, como ella misma, y si conseguía el premio, estaba dispuesta a seguir sus valientes pasos. Aquello sería una señal.

Soñó junto a la cada vez más raquítica luchadora, cuando ésta se volvió a ilusionar con una estrella fugaz que llevaba nombre de hombre. Recordó -como no podía ser de otra forma- alguna luz particular suya, de mejores tiempos… pero fue lo que tuvo que ser -se dijo- y siguió ejerciendo de ama de casa invisible, mientras vivía las aventuras de su ganadora, mes tras mes.

Quiso recuperar la fe perdida cuando el egocéntrico marido de su superviviente se reencontró con ella en la isla y le prometió lo que nunca le había ofrecido: amor, dicha, ceremonia, regalos, viajes… Demasiado bonito y demasiado tarde -volvió a decirse-. En su alma ya no había ingenuidad suficiente para esa religión…

Y explotó en mil y un aplausos cuando la autoestima recuperada de la rubia de mediana edad se alzó, finalmente, con el premio. ¡¡Había ganado!! ¡¡Por una vez en la vida, había ganado algo por sí misma!! 

Como la concursante, tuvo que callar a aquel marido sorprendido que milagrosamente había recobrado la vista, antes de decirle adiós por última vez. Necesitó cumplir los 50 y seguir un programa de televisión, para aunar dinero, físico, fuerzas, valor, ánimo y coraje con los que abandonar su Error.

Era su momento. Quizás el último. Y estaba decidida a vivirlo.

 


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