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La otra isla de Francisco Suniaga
Publicado el 19 febrero 2011 por Filosaletra[LEER]
Entre un rato libre y otro, pude disfrutar de "La otra isla", la primera novela del escritor margariteño Francisco Suniaga, publicada en 2005 por Oscar Todtmann Editores y que ya va por la octava edición. Eso es todo un éxito literario.
¿Qué tienen en común los alemanes y los margariteños? Aparentemente, nada. Y sin embargo, en esta historia, que refleja otras pequeñas historias, se hace patente que algo tan personal como los sentimientos, los sueños y las frustraciones pueden ser y sentirse de maneras muy semejantes, no obstante las diferencias de origen, lengua y cultura.
Escrita en un lenguaje bien cuidado, la prosa de Suniaga proyecta con naturalidad imágenes de paisajes contrastantes donde los personajes se desplazan e interactúan, entre la tranquilidad de la rutina y la confusión del asombro. El autor enfoca esos contrastes desde una perspectiva sin inclinaciones. Describe aquello que hace de la Isla de Margarita un lugar privilegiado por la Naturaleza y maltratado por los gobiernos regionales, con la misma objetividad que emplea para destacar el sosegado equilibrio de Düsseldorf y el efecto impulsivo que causa un "choricito" caribeño en el ánimo de los turistas alemanes.
La trama, de corte policial, en la que una madre viaja desde un apacible pueblo alemán en un vuelo directo e interminable hasta la Isla de Margarita en busca de una explicación convincente acerca de la muerte de su hijo, transcurre a través de un caleidoscopio idiosincrásico: ese aspecto de la Isla que no se muestra en los folletos turísticos, pero que se percibe con todos los sentidos desde el momento en que se pone el pie en el muelle o en el aeropuerto, esa inmensa bocanada de viento, salitrosa y ruidosa, liviana y compleja, que envuelve a Edeltraud Kreutzer como antes envolvió a su hijo Wolfgang, a su paisano Dieter Schlegel y hasta a José Alberto Benítez y sus contertulios de la plaza.
La novela engancha desde las primeras líneas: "El dios que dio origen a ese espacio no tuvo escuela ni siguió método alguno..." Quien ha estado en la Isla entiende en el acto qué significa esta frase. Quien todavía no ha ido, no puede menos que sentirse atraído e imaginar dónde queda el paraíso.
Pero, también hay que decirlo, es una disección del ser y del hacer margariteño: el lenguaje -"aquel español pagano e impenetrable, próximo a un código secreto, que habla la gente de la mar"-; el clima -"sintió que la envolvía una brisa caliente y húmeda, con el olor de un mar desconocido"-; los sonidos -"El ruido constituyó para ella una barrera física que la obligó a detenerse desconcertada"-; el tráfico -"Muchos autos eran viejos, destartalados y contaminantes...ejecutaban algunas maniobras que juzgó demasiado imprudentes"-; la ciudad -"Las edificaciones que había a las márgenes de la autopista le resultaron extrañas, le parecieron inconclusas... Entraron en la ciudad... apreció que el paisaje urbano cambiaba radicalmente"-; el progreso -"En el presente, tampoco la ignoraron los turistas nacionales y extranjeros que en tres décadas acabaron con su identidad, con sus lugares naturales y la transformaron en una inmensa tienda libre de impuestos"-; el amiguismo -"Él había aprendido, tras pagar un alto precio, que en esta tierra a los amigos se les concedía todo y a los que no lo eran sencillamente se les aplicaba la ley"-; la vida -"Era su hora a solas, la que apartaba para navegar desde la popa de su terraza sobre las vicisitudes de vivir en un lugar como Margarita, donde no existían certidumbres de nada sino expectativas o acaso esperanzas de todo"-; la noción de ley -"Gente que no entiende... que este es otro mundo..., donde todas las reglas son difusas y, paradójicamente, la única regla cierta es que no hay regla cierta"-; la idea de tiempo -"Que para comprender el significado pleno de 'mañana' antes había que saber que allí, el tiempo es una magnitud distinta, condicionada por un tejido infinito de contingencias personales contra lo que nada ni nadie puede luchar"; la violencia -"una savia que alimentaba lo cotidiano y se movía oculta bajo la aparente docilidad de la naturaleza y bondad de la gente"-; la gente -"Margarita, la isla de la utopía, el único lugar del planeta donde todos mandan y nadie obedece"-; los gallos... ¡Ah! Pues, sí, también los gallos, esos pintos, giros, zambos y marañones que apasionaron y perdieron a Wolfgang en aquel coso que, cuando lo vio por primera vez, pensó que era una especie de templo en el que se celebraba algún rito sagrado. Quizás su primera impresión no estuvo tan lejos de la realidad.
Esta obra no debe pasar desapercibida para ningún venezolano.