Revista Talentos

La parábola de las vaquitas y otras cositas

Publicado el 20 febrero 2014 por Perropuka

La parábola de las vaquitas y otras cositas

Foto: APG


Todavía están muy frescas las divinas palabras del enviado de la Pachamama prometiendo el cielo y la tierra después de que pase el diluvio. Galante repartidor de dones,  anunciaba como si nada que se iba a reponer el ganado perdido, la chacrita, la casita y demás posesiones materiales de sus inconsolables gobernados, de ser posible se iba reponer hasta la estampa del niño Jesús y el retrato del tata Evo que el barro se había tragado inmisericordemente. Eso sí, no dijo de dónde iba a sacar el dinero para reponer las 85.000 cabezas de ganado vacuno que sólo en el departamento de Beni las aguas ya se habrían cobrado y siguen aumentando. Y ni qué decir de la montonera de patos, gallinas, conejos y chanchos que en el resto del país las riadas han matado.
Ayer nomás, veía al vicepresidente declarando en televisión que el gobierno había decidido comprar unas chatas (pontones) para trasladar las vaquitas (sic) a lugares más altos. Ah, muy didáctico es nuestro delicado marxista de pasarela que se la pasa explicando a los reporteros como si estuviera en un jardín de niños. Todos embobados o temerosos de contrariar a su gris eminencia, ninguno se atrevió a preguntarle cómo iban a arreglárselas con las quinientas mil vaquitas que, según la federación de ganaderos, estaban en peligro de morir y, además, desperdigadas en un territorio más grande que el de las islas británicas. Si cada barcaza tendría una capacidad de transportar entre cien a doscientas reses, imaginemos el número de arcas de Noé que se requerirían para la tarea titánica o la cantidad de viajes. Uf, con lo pacientes que serán las vaquitas para esperar el rescate. Tres días atrás, veíamos cómo a bordo de una de estas precarias embarcaciones llegaba una veintena de reses casi moribundas y, apenas tocada la orilla, un grupo de hambrientos lugareños procedía a rematarlas y desollarlas ahí mismo, entre las tablas, ante la mirada impotente y resignada del dueño de las “vaquitas”. El hombre, moralmente agotado, no tenía ni fuerzas para protestar. 
Y el académico vice que jamás se ha arremangado la camisa (tampoco le vamos a pedir que sepa lacear un ternero) no había entrado en la cuenta de que hace más de un mes las lluvias e inundaciones están azotando el país. Y los pocos pontones que existen en algunas ciudades benianas están en pleno uso y además a centenares de kilómetros. Para cuando llegasen a las zonas inundadas habrá pasado una semana o quizá dos, considerando lo extenso y peligroso que es surcar los ríos en tiempos de turbión que dificultan la navegación. Para entonces, quizás las lluvias habrán terminado y las aguas empezasen a bajar de nivel. 
En el colmo de la insensibilidad o el cálculo político,  el gobierno de Morales se niega rotundamente a declarar el departamento del Beni como “zona de desastre”, para evitar que el gobernador de la región tenga un régimen de excepción que le permita disponer de los recursos y atender con mayor celeridad a los damnificados. Es más, desde un primer momento le pusieron todo tipo de trabas, comenzando por haberle retenido por unas horas en un aeropuerto cuando llevaba unos treinta mil dólares en efectivo para comprar víveres y vituallas en una ciudad norteña, argumentando que él no tenía helicópteros u otros medios para llevar la ayuda desde la capital, Trinidad. El gran pecado del gobernador es haber vencido hace menos de un año a la candidata oficialista a pesar de todos los pronósticos, regalos, promesas y prebendas, amén de la campaña millonaria que el oficialismo desplegó a favor de su protegida. 
Como no pudieron doblegar la firme voluntad de los benianos, hay quienes dicen que Evo Morales se está tomando la revancha, en una suerte de castigo aleccionador, a pesar de que todo el departamento está prácticamente inundado, a consecuencia de estar surcado por los ríos más caudalosos del país y su geografía es mayormente llana. Ya en el año 2007 hubo otra anegación extensa que incluso afectó a la capital beniana y el gobierno no tuvo mayor reparo ni demora en declarar el desastre, quizá porque el prefecto (gobernador) de entonces era oficialista. Hoy, extrañamente se escudan en que nombrar zona de desastre equivale a admitir la incapacidad estatal para atender los daños. Aquello, en palabras del ministro de la Presidencia significaría la llegada de la cooperación internacional, con sus oenegés y otros organismos que, más que ayudar, van a venir a gobernar un departamento. Eso no lo vamos a permitir, remató tajantemente.
Que la población civil; instituciones sociales, medios audiovisuales, grupos culturales, religiosos, deportivos y hasta conciertos gratuitos destinados a recaudar alimentos y otros menesteres, hayan tomado iniciativa por llevar la ayuda -incluyendo vuelos solidarios-, desnudan la incapacidad y negligencia estatal.  Mientras el auxilio tarda en llegar a las poblaciones aisladas, el gobierno está más preocupado en opacar los esfuerzos del gobernador opositor que brindarle todo el apoyo necesario. Aún más, acusan a la oposición de que está haciendo de la tragedia su caballito de batalla. Todo con fines electorales, argumentan. No se ha visto a la gobernación del Beni inundar la televisión nacional con su propaganda. Al contrario, el caudillo y sus ayudantes aparecen en todo momento en los bien elaborados spots propagandísticos en los que se muestran atendiendo personalmente a los damnificados. El propio vice aparece, esta vez con la camisa arremangada y los pies en el agua, cargando sobre sus recios hombros dos bolsas de fideos, codo a codo con unos soldados, demostrándonos lo machote que había sido cuando aflora el sufrimiento en la cara de la gente. Si su demostración de fuerza y sacrificio lo hubiera hecho solamente ante los bichos de la selva, sería otro cantar. Pero no, estaban las benditas cámaras para documentar su gesta heroica. ¡Que vivan los héroes salvadores!

La parábola de las vaquitas y otras cositas

Imagen: Página Siete



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