Revista Literatura

La pareja de hecho

Publicado el 29 septiembre 2011 por Tiburciosamsa

Dedicado a… él lo sabe

La mujer era guapa. Muy guapa. La mujer fue guapa, muy guapa, hasta que abrió la boca. “Así que no nos quiere hacer el certificado de pareja de hecho, ¿eh?”, dijo, no, no lo dijo, lo ladró y mientras lo hacía, sus ojos se convirtieron en puñales, su mano se crispó sobre la carpeta que sostenía y pareció que fuera a lanzársela al funcionario. El funcionario ni se inmutó. Eran treinta años de sobrevivir a esas situaciones y a otras peores. Como era viernes y estaba con el humor zumbón, se la imaginó vestida de cuero y con un látigo de siete colas en plan dominadora. Hay personas que llevan retratadas en el rostro la perversión sexual que más les va.

Se abrió la puerta y se asomó una cabeza. Pelo negro repeinado y gafas. Antes de que la cabeza hubiese dicho “¿se puede?”, el funcionario ya la había catalogado como cabeza de cretino. Cuando la cabeza dijo el “¿se puede?”, el funcionario se corroboró, “y de la peor especie”.

El hombre entró sin esperar respuesta. Era de estatura media y tenía un andar desgarbado que él confundía con el andar de un hombre que se pone el mundo por montera. “Soy Francisco Recasens, ya sabe de los Recasens de los almacenes, pero todo el mundo me llama Fran”. FranciscoRecasensFran tendió una mano, que el funcionario fingió no ver. La dejó un momento flotando en el espacio, descontertada y luego la bajo.

FranciscoRecasensFran se sentó. La mujer le miró con algo que pareció odio y que tal vez lo fuera. Chasqueó un látigo invisible de siete colas y dijo: “Fran, éste no nos quiere dar el certificado de pareja de hecho”.

El funcionario arqueó la ceja. En el pasado le habían llamado muchas cosas peores que “éste”, pero siempre convenía mostrar un cierto enojo. Elevó la mirada hacia FRF. Le clavó con unos ojos burocráticos que tenían toda la agresividad de los formularios incomprensibles de tres páginas. El gesto hierático y severo que quiso componer casi se le fue al traste cuando se le cruzó la imagen de FRF en calzoncillos estampados con cabecitas de Mickey Mouse siendo azotado por la mujer. Ahogó la carcajada que le subía ya por la garganta y le dijo: “No he dicho que me niegue a darles el certificado. Lo que he dicho es que no se lo puedo dar si no me traen documentos que prueben la convivencia.”

“Claro, claro, lo entiendo”. FRF se volvió a la mujer y esbozó uno de esos gestos conciliadores de frente arqueada y boca distendida que dirigen los perros a sus amos después de haberse meado en la alfombra. La mujer no respondió. Era una esfinge de piedra, no, una dominadora furiosa esperando que llegase la noche. FRF se volvió ahora al funcionario con ese gesto que no había encontrado tomador y empezaba a oler a rancio.

El funcionario tampoco reaccionó. Era otra esfinge, pero ésta hecha de un leve tedio ante la constatación de que aún faltaba una hora para que empezase el fin de semana.

FRF rebuscó en su maletín y sacó unos papeles. Arturo extrayendo Excalibur de la piedra. No, demasiado heroico. Más bien, el abuelo Recasens sacando de una pila de bragueros el último que quedaba de la talla 38. “Mire, el contrato de alquiler a nombre de los dos y mi certificado de empadronamiento y aquí la declaración de dos testigos y…”

A veces en momento así al funcionario se le pone el genio zumbón y le entran ganas de enredar. La burocracia es una cosa muy complicada en la que la frontera entre lo normativo y lo absurdo se cruza en un momento. La burocracia es el sueño de cualquier bromista. “¿Y tiene la cédula 340?”

“¿La qué?” La sonrisa se le ha congelado a FRF, el abuelo Recasens ha sacado un par de calcetines marrones del montón de ropa y no el braguero que esperaba la clienta.

“Imbécil. Ya sabía yo que no traerías todos los papeles que hacían falta”, la mujer le musitó para que se enterara el funcionario y lástima que la puerta no hubiera estado abierta para que se hubieran enterado también los que esperaban de que Fran era un inepto, siempre incapaz de hacer las cosas bien, siempre haciéndole desgraciada. Porque eso era, desgraciada.

“Bueno, creo que podré pasarme si la cédula 340. Por esta vez”. Esfuerzos por reprimir una sonrisita burlona. Dios mío, todo es tan ridículo, este trabajo, yo y esta pareja. Quince años más para jubilarme y dejar atrás esta patulea, no, no seamos tan negativos, cincuenta minutos más y empieza el fin de semana.

Como si fuera el oficiante de una misa satánica, hizo unos movimientos arcanos y por arte de prestidigitación produjo un certificado de pareja de hecho. FRF sonrió bobalicón, como si le hubiese salvado la vida. Y tal vez en cierto sentido se la hubiese salvado. “No sabe cómo se lo agradezco”.

La mujer se levantó, sin decir una palabra, sin mirar al funcionario, enfiló hacia la puerta, una pierna detrás de la otra, en andante, FRF metiendo los papeles otra vez en el maletín, siguiéndola azorado. La mujer pasó primera la puerta, sin girarse ni para decir adiós al funcionario, ni para ver si su novio la seguía.

FRF alcanzó la puerta, se giró y musitó de manera que casi el funcionario ni le oyó. “Tiene que entenderla. Viene de familia obrera. Ha sufrido mucho. Se indigna cada vez que siente que le hacen de menos”. El funcionario pone cara de que ni entiende ni deja de entender, sólo entiende que ahora faltan cuarenta y siete minutos para el fin de semana y que acaba de despachar un caso.

FRF va a salir, cuando oye la voz del funcionario, gira la cabeza un momento. Seguro que fuera la mujer está en medio de la sala esperándole, maquinando las torturas que le infligirá más tarde, pero la autoridad del funcionario atrás le retiene. La cara del funcionario, otra esfinge, que le dice, ¿puede que burlón?, “Mucha suerte”.


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