(imagen bajada de internet)
Caminaba por la calle hacia casa cuando el mundo a mi alrededor se me presentó de una manera peculiar. De repente sentí que andaba metida en medio de un decorado de cartón-piedra con edificios que se llenaban de inquilinos condicionados por las distribuciones caprichosas de arquitectos sin imaginación. Observé como todas las personas que caminaban a mi alrededor estaban representando un papel y se movían como en el tablero de un juego de mesa. Más allá, en el paseo, ejércitos de personas vestidas con chándal y auriculares en las orejas marchan a ritmos diversos con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. Nadie hablaba, todos miraban al frente como autómatas a la espera de la llegada de un platillo volante entre las palmeras.Mi vecina acaba de tener un niño y, hoy por la tarde mientras pasaba un rastrillo en el jardín para recoger las hojas caídas, ví llegar a la verja de fuera a un par de mujeres jóvenes parapetadas tras sus sillitas en las que portaban sendos bebés. Venían a visitar a la nueva mamá en un ritual que se viene repitiendo cada tarde últimamente y que me devolvió la imagen que había tenido por la mañana de la partida sobre el tablero. Todas las señoras jóvenes con niños de la ciudad deben de haber contemplado alguna señal en la bóveda celeste que les ha hecho acudir a casa de mi vecina como otrora hicieran los Reyes Magos siguiendo la estrella de Belén.Seguí recogiendo las hojas, tal y como correspondía a mi parte en el juego y he vuelto a mover ficha en esta partida incierta en la que a veces pierdo y a veces también gano.