The Artist es la película de moda.
Es una película muy buena, con momentos emotivos, divertidos... inolvidables.
Pero lo único que dice todo el mundo, entusiasmado, incluso poniendo los ojos un poco en blanco es:
-¡Es en blanco y negro! ¡Y m... m... muda!
Lo más comentado y celebrado de la película es que el director-autor ha tenido las santas narices de filmar una película en blanco y negro, y muda. A estas alturas.
Qué valor, qué integridad artística, qué talento más grande.
Que conste que los espectadores indignados que han pedido en varios cines del Reino Unido que les devuelvan el dinero al enterarse en la sala, atónitos, de las dos gracias de la película, me parecen unos zoquetes. ¿Pero es que no se habían enterado? Hay gente que va sin saber a lo que va.
Que conste, digo, que no estoy de acuerdo con ellos. Son los mismos que o se van indignados de una ópera cuando se dan cuenta de que es cantada o siguen el aria marcando el ritmo con las palmas. Son los que quieren extasiarse ante el vidrio impenetrable y reflectante de La Gioconda, sin poder ver nada, y pasan de largo ante los otros leonardos sin darse ni cuenta de que están ahí. Son, en definitiva, los que vienen de la Alhambra diciendo que les gustó más El Escorial, y vienen de El Escorial diciendo que les gustó más la Alhambra. (Y los que dicen que Toledo es
Pre.
Cio.
So.
Pero muy cansino).
Ahora bien: Dicho lo cual, a mí me parece que hacer ahora una película muda es ser muy estupendo, ¿no?. Casi más que Garci.
El fabuloso cine mudo se hacía con los mayores avances técnicos de la época. No tenía nada de revival, sino, por el contrario, era una revolución tecnológica. Cada plano, cada efecto, cada secuencia, era un desafío técnico. ¿A qué viene, pues, esta ñoñería?
Estamos muy mal. No estamos a gusto con nosotros mismos ni con nuestro tiempo. Estamos hartos de tantos efectos especiales, de tantos desafíos visuales para historias inanes, estúpidas, vacías. Estamos hasta las narices de cámaras temblorosas (qué mareo), de estallidos a nuestra espalda (qué susto), de travellings frenéticos (qué aburrimiento), de músicas desgañitadas (qué fatiga), y echamos de menos a los grandes cineastas de siempre. Pero los grandes de siempre han hecho todo lo que han podido con los elementos que tenían. Le han sacado siempre todo el jugo a la técnica.
Lo que pasa es que todos esos elementos técnicos han estado siempre al servicio de una historia, y la historia es lo que cuenta. Es lo que ha contado siempre y lo que nos ha gustado siempre.
Esta película, L'artiste, cuenta una historia, y una buena historia. Y la cuenta muy bien.
Además, el argumento trata precisamente del cine mudo, y por lo tanto hacerla muda es todo un detallazo. (Vale, ¿y cuando este director haga una de faraones, cómo la piensa hacer? ¿con jeroglíficos en papiro o en arenisca?).
Hace unas décadas, cuando empezó a generalizarse la tele en color se puso de moda (moda fugaz) colorear las viejas películas clásicas. Fue una atrocidad. Afortunadamente, tampoco así gustaron, así que se cejó en aquel descabellado empeño. A mí me parece tan disparatado y criminal eso como lo contrario: Ponernos muy cool y muy exquisitos y pasar al blanco y negro Lo que el viento se llevó, quitándole esos colores tan... ¿horribles?
Hacer hoy una película muda es un ejercicio de estilo y de nostalgia, es esconder la cabeza bajo el ala añorando los buenos viejos tiempos. Es construirse un palacete renacentista. No solo no estoy en contra de los palacetes renacentistas, sino que los admiro sin reservas (cuando están construidos en el Renacimiento); pero hacerle hoy uno a un cliente es caer en un revival indecente, puro kitsch.
Lo que pasa es que no todo el kitsch es guarro y zafio. Hay un kitsch muy bueno, y el de esta película lo es.